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Ἐφφαθά

“¡Ábrete!” (Mc 7,34). Ojalá se hiciese en mí ese milagro: abrir mis oídos y mis labios de modo que todo el mundo pudiera escuchar todo lo que tengo que decir desde hace milenios de silencio. Ábreme los labios, Señor, y mi boca cantará tu alabanza, pero también será usada para ejercer como profeta: contará la verdad de la mentira que reina en esta tierra, que puebla las vidas de los pobres de hambre y de espíritu, que enriquece a malvados, ventajistas y demás aliados del demonio, auténtico rey de estos tiempos que corren, en los que le rinden culto todos los que le han dado la espalda a Dios. Hoy he leído una frase que siempre me ha hecho pensar: “Satanás conoce tu nombre, pero te llamará por tu pecado; Dios conoce tu pecado, pero te llamará por tu nombre”. Nada más real que eso, porque el triunfo del maligno es hundirnos en la miseria que nos rodea, hacernos creer con fe firme que no tenemos arreglo posible, que para qué molestarse en ser buenos, si los malos ya han vencido… Pero...

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