El sueño imposible
Otro musical me pone a las teclas de nuevo. “El hombre de La Mancha” y su “Sueño imposible”, cantado por D. Quijote cuando estaba velando armas en la venta. El marco de la canción es un diálogo entre el caballero y Aldonza Lorenzo, alias Dulcinea, que intenta hacer entrar en razón al anciano para que cese en su empeño de salvar al mundo él solo. Es una escena preciosa y dura al tiempo, porque el cinismo de una mujer que malvive como criada en la venta, sin futuro alguno, no consigue desmontar la vocación del bondadoso caballero que porfía y está convencido de que todo lo puede con su convencimiento, cimentado en el amor de la señora de sus sueños: Dulcinea del Toboso.
Los sueños, tan dulces y tan peligrosos al mismo tiempo, son
los responsables de grandes inventos, avances tecnológicos en todos los campos
del saber e intuiciones que han cristalizado en grandes ayudas para la
humanidad entera. ¿Dónde están nuestros sueños hoy? ¿Existe alguna aplicación instalable
en el móvil que permita abrir los horizontes del ser humano? Creo que no. No obstante,
jamás estaré en contra de la técnica, porque sé que es beneficiosa para la
humanidad. Sin embargo, estoy con San Juan Pablo II, cuando dijo que “la técnica no está en condiciones de hacer
mejor a la persona”[1] y es por eso que técnica y ética deben ir de la
mano para que de verdad sirvan de progreso
para el ser humano.
Volviendo a la
canción, su letra es toda una declaración de intenciones de un caballero
andante, idealista y confiado en que con la bondad y sin necesidad de dar
explicaciones, puede luchar contra la maldad en general y salvar a todos los
atribulados. Espera un momento, ¿cuál es el ideario que tenemos los que decimos
seguir a Cristo? ¿A qué suena eso de “ahogar el mal en abundancia de bien”? Conozco
a alguien que se carcajeó de mí cuando le dije que el fin del Derecho canónico es
la salvación de las almas: “¿salvación de las almas?” y se partía de risa
mientras me miraba con cara de marciano. Vaya, vaya. Va a resultar que ser
cristiano es tener un “sueño imposible”... pero no es así. Sueño, sí, sin duda
que lo es. Pero de imposible no tiene nada, porque no depende de la fuerza
humana. No, señor. También se me puede escuchar de vez en cuando cantar esta
canción y a pleno pulmón en mi casa (cualquier día me echan los vecinos,
palabra), porque la siento casi como mi “himno particular”. Sí, soy consciente
de que mi misión es alcanzar una estrella, llegar al paraíso en ese bendito día
en que al fin conozca, cara a cara, a mi Amor Verdadero, pero ¿qué es la vida
sin una meta que de verdad merece la pena?
No estamos solos
para llevar a cabo nuestra misión, para demostrar, como dice Samsagaz Gamyi a
Frodo, que hay esperanza para el mundo y que la oscuridad no triunfará jamás.
Merece la pena morir en el empeño de salvar al mundo, pero debemos hacerlo con
cabeza: cada uno desde su lugar, aquel al que pertenece y que es el que
necesita ser salvado. Del resto ya se encarga Dios, que es quien nos ha
encomendado tan noble tarea desde que recibimos el Bautismo, ese sacramento que
nos convirtió en sacerdotes (porque damos culto a Dios), profetas (porque
hablamos en su nombre y ponemos de manifiesto lo que hay que remediar en el
mundo y en las personas), y reyes (porque estamos llamados a gobernar la
tierra, cada uno su parcela, su persona y todo lo que tiene encomendado).
Don Quijote era el
alter ego de Don Alonso Quijano. Nosotros no necesitamos tener ningún alias:
somos hijos de Dios y Él nos conoce y nos llama por nuestro nombre. Siempre
dispuesto a ayudarnos en lo que le pidamos, a asistirnos en nuestras batallas
personales contra esos molinos de viento que se nos echan encima en el trabajo,
con la familia y en tantos otros momentos y lugares de la vida. Siempre lo
digo: imposible y difícil no son sinónimos. Soñemos lo imposible, porque será
el brazo del Todopoderoso el que sujete el nuestro para llegar a hacer milagros
en su nombre.
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