24 de diciembre
24 de diciembre de 2024. Nochebuena. No importa qué día de la semana es.
Las lágrimas no me dejan centrarme en la escritura. Son una
extraña mezcla de gozo inefable, nostalgia por los que ya no puedo abrazar y
pena -sí, pena- por aquellas relaciones que no terminan de arreglarse,
desconozco el porqué, pero es una realidad que me pesa en el corazón.
Es Nochebuena y estoy en casa, iluminada por las luces de mi
precioso árbol, decorado este año desde el corazón y pensando en quienes lo han
perdido todo y en la oportunidad que eso supone para demostrar al mundo entero
que mereció la pena que Dios se hiciera hombre y naciera en Belén, sepa Él
cuándo. Porque, cuando hay tragedias humanitarias, las personas somos capaces
de sacar lo mejor de cada uno y salir corriendo para ayudar a quien lo necesita
y es ahí donde se puede ver y tocar a Dios, en cada hombre y en cada mujer que
se dejan el alma y el cuerpo trabajando para ayudar a otros.
El hecho de que en este tiempo nos “ablandemos” y se hable
de “la magia de la Navidad” no es algo superficial, sino que se refiere a una
realidad más profunda y palpable, que no es solo fruto de lo que nos venden los
medios de comunicación ni las campañas publicitarias. Aún está encendido el
rescoldo de Dios en todos y cada uno de los que celebramos la Navidad, incluso
en los que solo felicitan las “fiestas”, eludiendo hablar de que celebramos que
Dios bajó a la tierra y se crio como uno más de los que vivían en su tiempo;
que demostró con hechos y con palabras (por ese orden: primero hizo y después
habló) que Dios existe, que no solo nos creó, sino que nos ama tal y como
somos, y no como merecemos. Vino para decir que cada vida importa, la que acaba
de nacer y la que está a punto de morir, y que nadie tiene derecho a quitar la
vida a nadie, ni siquiera a llamar “imbécil” a su hermano.
Sí. Esta noche empezamos a celebrarte a Ti, Jesucristo, Hijo
de Dios que quiso hacerse hombre en las entrañas de una joven nazarena llamada
María. Y también celebramos a esa mujer con mayúsculas que decidió apostarlo
todo al amor de Dios. Y venció. Nos demostró que el Padre siempre cumple lo que
promete (“bienaventurada tú, que has creído, porque lo que te ha dicho Dios se
cumplirá”, le dijo Isabel en aquel encuentro de futuras madres) y que “hágase”
es la única palabra que debemos conocer y hablar con el Señor: dejarnos hacer
por Él y así haremos milagros juntos, como el de Caná con aquellos novios
(“haced lo que Él os diga”, ¿recordáis?).
Noche-buena, porque el Bien se hizo hombre de carne y hueso;
porque la Belleza tomó forma humana y la Verdad nos mostró que Él era el
Camino.
Feliz Navidad para todos, porque para Dios todos contamos,
creamos o no en Él. Él siempre creerá en nosotros, incluso cuando el pecado nos
pesa tanto que no nos permita levantar la cabeza para mirarle a los ojos.
Precisamente en esos momentos, es su mano la que levanta nuestra cabeza y nos besa
en la frente, regalándonos su perdón cada vez que se lo pedimos. Solo necesita
eso: que se lo pidamos. Nada más.
Feliz Navidad con brillos, oropeles, fiestas y risas, porque Dios nos hizo el mayor regalo posible: su propio Hijo para pagar la deuda que contrajo la raza humana en aquel día en que desconfió de la promesa de quien la había creado. Alegrémonos porque estamos salvados por pura gracia.
Comentarios
Publicar un comentario