La última salida
Ya ha pasado. Atrás quedan los ecos del último helado
compartido tras una última cena juntos. Mi segundo y su tercero tocan a su fin
y, con ellos, se disuelven los tres mosqueteros canónicos. Parece mentira cómo
pasa la vida, tan rápida y tan silenciosa, como decía el gran Jorge Manrique. Y
también aparentan ser maravilla o milagro grande los millones de momentos
acumulados en el armario de los recuerdos queridos.
Una vez más, el agradecimiento puebla mi alma, mis manos y
rebosa por mis teclas, rápidas y titubeantes cuando se empaña la vista porque
el corazón sangra nostalgia a borbotones. Sin descanso fluye sobre mis ojos la
venda traslúcida de aquello que jamás se volverá a repetir porque ya pasó, pero
que ha puesto miles de ladrillos en mi faro particular. Hoy vuelvo la vista y
veo todo el camino recorrido juntos: las risas, las nieves y los espeluznantes
fríos de esta bendita ciudad que nos ha unido: “Salamanca, tierra mía”. Sí, ya
es mía porque forma parte de mí, de mi alma, de mi historia y de la mujer en
que me voy convirtiendo día tras día, pisando con seguridad sus calles y las
mías, nuestra existencia conjunta, llena de milagros bípedos y parlantes que
Dios ha puesto en mi camino y cuya amistad me ha regalado.
Solamente quedan los exámenes finales y todo se habrá acabado
por este curso para mí. En la memoria, esos tres mosqueteros, que nacieron con
vocación de final por su carácter claramente provisional y precario, pero que
han vivido como si fueran para siempre estos nueve meses, uno tras otro, test
tras test, risa tras risa y unidos de por vida.
Dice el refrán que lo que Natura no da, Salamanca no lo
presta. Doy fe de ello: no lo presta, lo regala y a manos llenas. Hospitalidad,
acogida, buen trato y mejor gente hacen que, nada más pisar su suelo, una se
sienta en casa. Hace muchísimos años vine por primera vez y ahora lloro cada
vez que tengo que volver a casa. Paradojas del “destino”, o regalos de Dios
para que me dé otro aire y respire diferente, lejos de la rutina diaria. Él
sabe más, Él lo conoce todo y sabe que estoy para lo que guste mandar, en
cualquier lugar de este bendito mundo, cuando y como quiera. No tengo miedo. Ya
no. Sé que mi Señor vela por mí cada segundo de mi existencia y que jamás caeré
de sus manos (los tropezones son gracias a mi poca vista o despiste congénito).
En un rato partiré de vuelta a la tierra que me vio nacer.
Partiré, es decir, que otro pedazo más de mi alma se quedará en Salamanca, en
la Ponti, en esa cuarta planta donde comparto aprendizaje y las mejores horas
de estos últimos años con mis compañeros de fatigas. Pero, como dijo aquel general
norteamericano, “volveré”. Aún me queda otro curso más antes de terminar los
estudios. Por lo tanto, solo es un hasta pronto, que esta vez será breve, pues
en dos semanas de nuevo estoy para compartir la histeria colectiva de los
exámenes finales. Cada día de ese tiempo restante será vivido con toda la
intensidad que merece aceptar ese regalo de Dios que es un nuevo amanecer.
Decía que la alianza “mosqueteril” toca a su fin; el próximo curso solamente quedaremos “el dúo dinámico-canónico”, pero eso no significa que se corten lazos, sino todo lo contrario. Estos dos años han sido el cimiento de una amistad de por vida; de ésas que regala Dios cuando quiere demostrar a sus hijos cuánto los quiere: Uno para todos y todos para Él.
Me encanta. Un placer leerte escritora. A esto tambien podrías dedicarte tranquilamente si tu quisieras.
ResponderEliminarMuchas gracias, amable desconocido. La escritura es una vocación/trabajo que jamás he descartado. Una vez publicado el primero, el gusanillo se queda, y pica...
EliminarPor cierto,no pasa nada si me dices quién eres. 🤔