Mi silencio y yo

Acabo de caer en la cuenta de uno de los mayores regalos que Dios me ha hecho en mi vida: el silencio. Resulta que vivo en un precioso lugar donde reina el silencio. No estoy sola; somos varios vecinos en el edificio. Pero tengo la dicha de gozar de un espectacular silencio durante todo el día.

En el silencio es donde me encuentro cada día con mi Amor Absoluto y verdadero. Allí nos miramos de ojos (los suyos) a alma (la mía) y nos dedicamos los más profundos y ciertos requiebros de amor. No he conocido ningún amor como el suyo, ninguna relación me ha llenado tanto como la que ahora mismo -desde el silencio- mantengo con él hace ya muchos años.

El silencio es mi cómplice de tiempos de amor, de risas, de llantos y de porqués sin respuesta. Mi silencio es el complemento perfecto para el final de cada fiesta: aunque la casa se me llene de gente, en cuanto se van y la cocina vuelve a ser la de antes, él viene para acompañarme en el gozoso cansancio de quien ha sido anfitriona de buenas gentes y ha recibido infinitamente más de lo que ha dado.

En el silencio mis llantos son más sonoros, más reconfortantes y dan más frutos, porque Dios no permanece impasible ante las lágrimas que brotan de un corazón gozoso o herido, que de todo hay en la viña del Señor.

Es estruendoso el silencio cuando caigo en la cuenta de que me rodea, cuando paro en medio de todo el lío de una casa que está viva y miro alrededor: … Silencio absoluto, de ese que se puede cortar con un cuchillo. Paradoja inescrutable viviendo en mi zona, pero realidad aplastante en cuanto alguien viene a casa.

En el silencio me encontré y por el silencio me vi fuera de mis planes, no de los de Dios. Él me tenía guardado un itinerario de vida que ni en mis mejores sueños podría haberlo imaginado yo. Desde el silencio ante Él en el Sagrario me lo fue revelando poco a poco, como Él hace las cosas, sin prisa y sin pausa. Una cosa tras otra, me llevó hasta mi encuentro más íntimo y personal con Él; de ahí pasamos a descubrir mi verdadera vocación, a aceptar unos estudios que ya había dado por perdidos, a tantas experiencias gratificantes vividas después de darle un “sí” sin condiciones, que me faltaría espacio para poder describirlas todas.

En el silencio comprendí que aceptar la voluntad de Dios es el mejor negocio del mundo, porque sus beneficios son ingentes, inimaginados y absolutamente plenificantes. Jamás pensé, ni soñé, con algo así. Sí, solamente en el silencio es donde te encuentras a Dios cara a cara y sin disimulos: Él y yo, sin trampa ni cartón. Él, por supuesto, tal y como es, sin dobleces ni medias verdades; y yo, tal y como soy, con más caídas de las necesarias, pero con un corazón que solo respira y late por y para Él.

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