Cinema Paradiso

No sé por qué, ha empezado a sonar esa canción en manos del piano de Emile Pandolfi, y las lágrimas suben y caen en cascada por mi rostro. Millones de recuerdos amontonados, pugnando por salir los primeros y traerme tiempos de todos los colores y formas una y otra vez a mi corazón. El amor es una cosa maravillosa, toca el piano a continuación y, de nuevo, tiene toda la razón del mundo, porque es lo que en realidad mueve el mundo en el sentido correcto. El amor es “eso” que de vez en cuando nos pone el alma gris a base de recuerdos de aquello que fue y ya no es, o de lo que pudo haber sido y, probablemente gracias a Dios, ya no es.

Sentimiento, emoción, pero esencialmente voluntad. Cuando uno se enamora lo hace porque quiere y permite que el corazón salte en el pecho y el estómago se pueble de bichos que saltan sin ton ni son. La historia de un encuentro más o menos casual (¿o será causal?), unos ojos que se cruzan y se graban en el alma, y ya están los ingredientes para el cóctel perfecto. Casi todas las películas románticas tienen ese momento entrañable en que los protagonistas se conocen y, o es amor a primera vista, o todo lo contrario y se pasan más de la mitad de la historia peleando con el único fin de estar juntos y mirarse a los ojos, aunque sea con furia, dando mucho que hablar a compañeros y amigos, que se dan cuenta de lo que en realidad está pasando.

Cuántas comedias románticas tienen el mismo esquema y cuántas veces pasa eso también en la realidad, que es la mejor fuente de argumentos para cualquier escritor. El resultado son algo más de hora y media de evasión de los problemas cotidianos, sonrisas en la cara según se va acercando el momento en que, por fin, se dan ese beso que ha sido interrumpido ya varias veces, para dar paso a la riña final y, tres minutos antes del final, a la reconciliación que les lleva al beso de verdad, libres al fin de disimulos y con la alegría y la felicidad de quien se fía de quien le tiene entre sus brazos.

Muchas bandas sonoras nos traen recuerdos de buenas tardes o noches de cine, manta de sofá y palomitas, arrebujados en el asiento, solos o en buena compañía. Esas memorias que vuelven al corazón nunca vienen solas, sino que traen de la mano aquellas situaciones parecidas que también vivimos o un día, o que nos gustaría haber vivido en aquel día o tiempo.

Música, siempre es la música, mi compañera de existencia desde que me levanto hasta que me voy a dormir, e incluso cuando me desvelo en la noche, siempre hay una melodía dando vueltas en mi cabeza. Ella es mi principal inspiración, la que muchas veces empuja mis manos por las teclas y me crea las mejores ideas. Ahora mismo está sonando -también en piano- una de las más maravillosas canciones: Tal como éramos. Belleza y tristeza enlazadas perfectamente en la historia de un hombre y una mujer hechos para compartir la vida pero incapaces de hacerlo. “Simplemente elegimos olvidar”, dice al final. Yo no puedo olvidar esta canción y tampoco la película, con unos enormes Robert Redford y Barbra Streisand, quien canta la canción, por cierto. Recomiendo ambas para deleite de los aficionados a hacerse un ovillo en el sofá con el paquete de pañuelos de papel al lado, para llorar a gusto viendo una estupenda película que, cómo no, también nos trae a la memoria todo aquello que nos gustaría haber hecho de otra manera, pero que quedó fijado en el tiempo tal y como lo hicimos. 

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