Va por ellos

A pesar de que hoy no es “políticamente correcto” (decir la verdad no suele serlo para los que no quieren oírla), quiero romper una lanza por ellos, por aquel que estuvo junto a mi madre en la cabecera de mi cama tantas noches que estuve enferma de pequeña, por aquellos que también han hecho guardia durante los sarampiones, resfriados y demás males de nuestra infancia, por nuestros padres, hermanos, por esos maridos, en no pocas ocasiones “sufridores en casa”, que ponen sus hombros para nuestras lágrimas o nuestras quejas, simplemente porque nos aman desde lo más profundo de su corazón.
Por los padres que han seguido de cerca nuestra formación en la escuela, en el instituto y luego se han preocupado de los estudios universitarios y nos han enseñado el valor del esfuerzo, de luchar por lo que de verdad hemos querido, aunque no coincidiera con sus deseos.
Por los padres que han estado a nuestro lado cuando hemos buscado y encontrado nuestro primer, segundo, o enésimo trabajo, que nos han apoyado y animado a seguir adelante; por los que nos han echado una mano cuando la economía no era demasiado boyante.
Por los padres que nos llevaron, orgullosos, aquel día ante el altar, donde nos dejaron volar y comenzar una vida nueva al lado de otro hombre. Por los que intentaron disimular las lágrimas en aquel hermoso día y por los que se las aguantaron y las dejaron correr por dentro.
Por los maridos y compañeros de camino, por su paciencia, por su entrega, por su ayuda en tantos y tantos momentos, por querernos tal y como somos, por entregarse, confiándonos su vida, su presente y su futuro. Por las noches en vela con los hijos, por las visitas al médico, por las tutorías, por ayudar a hacer los deberes, por preocuparse porque tengan una buena formación religiosa.
Por las infinitas lecciones aprendidas juntos sobre tantas y tantas asignaturas que tiene cada curso de la vida, algunas veces aprobadas a la primera y con nota, y otras, tantas otras, que ha habido que recuperar o que aún no están aprendidas del todo. Por estar abiertos a la comunicación, por ser algunas veces casi adivinos y acertar con lo que nos pasa a las mujeres aunque no digamos nada. Porque, después de los años, nos adivinan con sólo mirarnos.
Por nuestros padres, hermanos, maridos, porque es de bien nacidos ser agradecidos, debemos dar las gracias a Dios por haberlos puesto en nuestro camino. Los hombres –digan lo que digan- son nuestros mejores compañeros. Hombre y mujer estamos hechos a imagen y semejanza de Dios, por lo tanto tenemos la misma dignidad y somos hijos suyos.
El bautismo no distingue entre sexos: la gracia de Dios cae por igual sobre el hombre y sobre la mujer. Que nadie se engañe, los cristianos somos todos iguales ante Dios, que incluso “hace llover sobre buenos y malos”. Dejemos atrás las ideas que sólo sirven para dividir y enfrentar, y hacer la vida más difícil para unos y otros; todos debemos estar orgullosos de ser hijos de Dios, que nos quiere tal y como somos, hombres o mujeres.

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