Una vez más

Sí. De nuevo las teclas, un piano de fondo y mi corazón bombeando el alma a las manos para poner por escrito aquello que la ronda, esos pensamientos que parten de la experiencia para, como volutas de humo, elevarse hasta el desván del recuerdo, en el último piso de mi corazón.

Una vez más, compartir mesa se ha convertido en fuente de recuerdos que se quedarán tatuados en mi corazón. La amistad es así. Anoche vi una película que me encantó: “Encontrarás dragones”. En ella, una ama de cría explicaba a la señora de la casa que las vidas de las personas están entretejidas entre sí, formando el entramado de la existencia de la humanidad. Tanto es así, que cualquier movimiento afecta a todo el tejido, por lo que no se puede afirmar nunca que el hacer cada uno su bendita voluntad deje ileso al resto de su entorno más cercano y, por extensión, al resto de la humanidad entera.

Cuentan los mitos antiguos que los hilos de la existencia los manejaban las Parcas, y que la persona a la que pertenecía aquel que cortaban, partía del mundo de los vivos al Hades, al territorio de los no-vivos. Los hilos se entrecruzan y a veces se producen nudos, que han de ser deshechos con cuidado, no a tirones, y menos aún como hizo Alejandro Magno con aquel conocido nudo gordiano, que cortó de un tajo y asunto terminado. Estamos en época de nudos y de marañas; los hilos van tan rápido que no terminan de conseguir formar un tejido, sino que están al viento, deshilachados en sus extremos, cada uno a lo suyo, gloriosamente libres y gloriosamente inútiles al mismo tiempo, porque un hilo solo, por sí mismo, no vale para nada si no está unido a otro para formar una tela, un manto, o una cuerda, los cuales tendrán otras utilidades posteriormente. Del mismo modo que las palabras necesitan llevar un orden para poder ser comprendidas y formar un texto comprensible, ocurre con las vidas, que deben tener un fin, un orden y un modo de conducirse para ser útiles entre sí y para todos en general. Por cierto, texto y tejido son la misma palabra, porque provienen de una única palabra latina: textus, participio del verbo texo, que significa tejer. Curioso, ¿verdad?

Pues, como decía al principio, una vez más la amistad ha hecho que dos hilos muy concretos de vuelvan a unir para puesta al día y degustación de comida en los tiempos en que no estaban tejiendo palabras, recuerdos y proyectos futuros. Gran regalo de Dios el de la amistad, ese amor profundo que llena los corazones y goza de más privilegios que el amor de pareja, porque -y aquí va otra pregunta- ¿habéis pensado que a los amigos les consentimos cosas que, ni por asomo, le permitimos a nuestra pareja? Pues es así. Un amigo te puede decir la verdad a la cara, sin anestesia, partirte el alma y tú puedes reaccionar dando un portazo y hasta siempre. Pero cuando la realidad se ha impuesto y nos ha partido por la mitad, nos acordamos de aquellas palabras y siempre caemos en la cuenta de que ese amigo sí nos quería de verdad, y a menudo suele ocurrir una “casualidad” que nos hace volver a retomar la amistad como si nada hubiera ocurrido.

Mayor aún que la amistad es el amor que Dios tiene por todos y cada uno de nosotros. Aunque le demos la espalda, Él seguirá esperando en la puerta a que le abramos. Jamás entrará si no se lo permitimos, hasta tal punto nos quiere respetar en nuestra propia libertad que no hará nada que no le hayamos pedido antes. Ese Amor Absoluto está esperando a que le miremos a los ojos y le dejemos rozarnos el corazón, no hace falta más. Solo un encuentro personal con Él y nuestra vida cambiará por completo, se pondrá patas arriba para, así, alcanzar la verdadera y plena felicidad, que solo se puede descubrir a su lado. No hay otro hilo que nos lleve hasta Él.

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