Imaginación

Pura, simple y hermosa herramienta que posee mi alma como un don precioso, angustioso a veces, cuando salta al lado oscuro e inventa paranoias imposibles y creíbles a la vez, que generan inquietudes perfectamente bien entramadas sobre una base espantosamente inestable. Sin embargo, me quedo con ella, aunque a veces sea “la loca de la casa”, como la llamaba mi querida Santa Teresa de Jesús; pero, si no fuera por ella no estaría escribiendo ahora mismo al son de “Pure imagination”, el tema principal de una película que desde niña me fascinó: la extraña y preciosa historia de Willy Wonka y su fábrica de chocolate. Genial Gene Wilder en la primera versión y no menos genial Johnny Depp en la segunda.

La imaginación es la que nos susurra las soluciones más geniales para las necesidades más simples, la que insufla viento en las alas de los poetas, la que nos lleva hasta el infinito y más allá, al país de los sueños, ese lugar donde está la isla de Nunca jamás y uno siempre es niño. Sí, a estas alturas de mi vida miro hacia atrás y veo la niña inquieta que fui, preguntona y siempre ansiosa por conocer el porqué de casi todo (qué paciencia tuviste conmigo, papá), que desde que tuvo uso de razón y comprendió para qué servía ir a la escuela, decidió que ella quería convertirse en maestra, con la dedicación que tuvieron mis profesores buenos y sin…, en fin, sin lo que no me gustaba de los demás.

La imaginación es mi gran aliada a la hora de explicar y de conseguir que quien me escucha comprenda lo que estoy diciendo. Es mi compañera de camino desde que recuerdo, jugando con mi hermano pequeño, inventando historias, incluso canciones entre los dos. Ella me llevaba a pensar que existía algo más que la vida tangible y diaria, que yo formaba parte de algo más grande, en el que todos estábamos relacionados y, por tanto, todo lo que hacíamos influía en los demás para bien o para mal. Andando el tiempo, descubrí que ese “algo” más grande era un Alguien. Para ser concreta, me lo topé de bruces un día de ni recuerdo cuándo en no sé qué sitio ni con qué motivo; un “encuentro cuco” -como explica Arthur a Iris en la película “The Holiday”- del que resultó la más bella y longeva historia de amor de mi vida, que, además, yo estaba viviendo a medias y sin apenas ser consciente de ello. Tras el descubrimiento, cayó la venda de mis ojos y mi alma le contempló extasiada. Sí. Eres Tú, quien puebla mis días y vela mis noches. Mi Amor Absoluto y verdadero, con quien comparto todo lo que me pasa sin tener que decir una sola palabra.

No hacen falta los sentidos físicos para absorber por cada poro del corazón el Amor insondable de Dios. Él te envuelve por todas partes y te eleva hasta el infinito, para allí hacerte sentir que eres la hija del dueño del mundo, como le encantaba decir a mi amiga Julia, que ya está con Él. Bendita seas, ayúdanos desde el cielo. La hija querida, amada y a veces mimada de un Dios todo Bondad, Belleza y dedicación con esta su criatura, que, como decía la hija de una amiga, intenta ser buena pero no siempre le sale.

La imaginación me ha traído hasta aquí hoy, a la vuelta de una comida con una amiga que se vino a vivir un día en mi corazón y ahí se ha quedado para los restos. Bendita sea ella también, y con ella todos los que pueblan el universo de mi alma, aquellos que vinieron y se quedaron porque les gustaron las vistas. Os quiero a todos y cada uno de una manera tan diferente como distintos sois entre vosotros. Dios bendiga la hermosa riqueza del ser humano, tan diverso y tan maravilloso como imagen y semejanza que es de Aquel que lo creó y le dio el don más precioso: la libertad de los hijos de Dios, esa capacidad para escoger el bien por encima de todo, con la certeza de que siempre vencerá la Bondad, a pesar de todo el ruido que hace el mal para intentar convencer al ser humano de que no existe el bien.

Sí. El bien existe y en grandes cantidades. Solo hay que mirar hacia arriba y ver que la esperanza, esa cosa con alas que no para de cantar, en palabras de Emily Dickinson, siempre se queda en el corazón del hombre; la esmeralda que estaba en el fondo de la caja que Pandora abrió para esparcir el mal por el mundo. Por eso el verde es el color de la esperanza, porque el verdor de los campos anuncia la buena cosecha, que las espigas crecen y que habrá pan el día de mañana.

Sembremos esperanza en el mundo. Usemos la imaginación para ello; a ella le encanta contar historias, inventar planes, en fin, hacernos felices, aunque sea solo en sueños. Dios nos dejó una Esperanza más firme, con más fundamento y más fuerza, la de que jamás nos abandonará porque Él es un buen padre que cuida de sus hijos. Lo único que hay que hacer es dejarle actuar en cada uno de nosotros. Esa es la receta para ser feliz: dejarlo todo en sus manos, permitirle actuar en nuestras vidas. Es cuestión de hablarlo con Él, de ser sinceros y abrirnos a su Amor. Merece la pena el riesgo de abrir la puerta a Cristo, dejarle entrar y sentarse a la mesa con nosotros. Mejor dicho, no merece la pena, sino que merece la vida entera hacerlo.

Comentarios

  1. Maravillosa tu imaginación, la esperanza y tu fe, esa que hace que me sienta tan identificada con lo que dices. Buenas noches con tu reflexión. Gracias

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