Hogares
Unos grados menos de temperatura y estaría viendo caer la nieve detrás de mi ventana. Salamanca nunca defrauda y siempre te brinda lo mejor que tiene para completar el gozo de pisar sus calles, respirar su bendito aire y arrebujarte en el abrigo, para no sentir esa puñalada gélida que por la noche está esperando en cada esquina al incauto que piensa que no necesita bufanda o gorro.
Estoy en medio de mi estancia más larga en esta hermosa
ciudad. Exámenes semestrales e inicio del siguiente -y último- semestre. Sí. Ya
veo en el horizonte el final de mis estudios en la Pontificia. Dentro de unos
siete meses, con la ayuda de Dios, seré licenciada en Derecho Canónico. Lo que
pase después solamente Él lo sabe. Y no quiero preguntarle, porque me encantan
sus sorpresas. Llevo ya casi diez años dejándole guiar mis pasos por el mundo y
cada vez soy más feliz, a pesar de los obstáculos que el demonio, y sus
numerosos tontos útiles, ponen en mi camino; a pesar de las palabras de desaliento
de otros satélites movidos por envidiosos sentimientos también me lanzan, a ver
si consiguen que me vuelva un ser gris más dentro de la turba informe y dirigida
por las modas y los tik-tokers, instagrammers y demás reyezuelos taifas del
mundo cibernético.
Pero no. Sé de quién me fío y sé que llegaré a mejor puerto
si me dejo caer en sus manos. Él es mi timonel, mi viento a favor y quien
organiza mi agenda, de modo que los días crecen gracias a Él y siempre me da
tiempo a todo; hasta puedo sentarme a ver una película de las que me desintoxican
las neuronas, divertidas y que siempre terminan bien, para que se note que no tienen
ningún parecido con la realidad.
Sigo el sendero que me lleva a la Vida. Esta vez desde
Salamanca y sus calles de piedra, llenas de turistas y de estudiantes, crisol
de razas en el que mi cabeza se gira cuando escucho hablar en castellano, justo
al contrario que cuando estoy en mi tierra, que solamente captan mi atención
los acentos extranjeros. Esta ciudad tendrá siempre un lugar más que especial
en mi corazón y en mi alma. Tres años de trabajo, esfuerzo, estudio y estrés
que casi me cuestan la vida (una ya no está para estos trotes) hasta que, al
fin, retomé el hábito de estudio y planificación de trabajos y tiempo. Tres
años en los que la universidad ha conseguido sacar lo mejor de mí; me ha educado
en el más estricto sentido del término latino (e-ducere: extraer algo de
alguien o de algo), me ha hecho ser consciente de todo mi potencial y de cómo
puedo ponerlo en acto, de cómo aún me queda mucho por aprender, y también por
enseñar, allá donde pueda hacerlo, da igual el sitio porque el conocimiento irá
conmigo, al igual que mi hogar. Sí. Tengo una casa preciosa en mi ciudad, pero
el hogar soy yo, son mis ilusiones, mi modo de ser, mis canciones, mi modo de
escribir, esa capacidad. que solamente Dios regala, para hacer que el otro se
sienta en casa cuando habla conmigo. No estoy alardeando, me limito a decir la
verdad: los hogares -literalmente- son los lugares donde se coloca el fuego
para calentar la casa, y eso es el corazón de todos y cada uno. Si el corazón
es cálido, si late por puro y gratuito Amor de Dios, esa persona es un hogar en
sí misma, y no necesita nada más porque ya lo tiene todo. A eso me refiero.
Estoy en casa donde quiera que voy, porque Él viene conmigo y mi corazón
solamente late por Él, mi Amor Absoluto y verdadero.
Ya estamos a sábado y aún me quedan dos exámenes, más la primera
semana de clases. Luego deberé volver a mi trabajo, el que me da de comer y
también me llena porque es parte de mi vocación: ayudar a quienes vengan al
tribunal eclesiástico. No tengo el corazón dividido porque todo es una sola
cosa: mi amor por el Derecho canónico, que nació hace ya diecinueve años, cada
día es más robusto, sus cimientos se están reforzando lo que jamás pensé
gracias a mis estudios, a unos profesores siempre dispuestos a resolver
cuestiones y a facilitar más medios para aprender, a una exigencia continua por
parte del plan de estudios que, estrés aparte, consigue que cada mañana me
exija un poco más para alcanzar la excelencia (¡ay, Aristóteles, si vieras cómo
están las cosas ahora!).
Es sábado, acabo de sentarme un rato después de comer y de
recoger y colocar las cosas en la cocina y tenía que ponerme a escribir. El
gusanillo escritor me estaba picando: “¡venga, mujer! Deja la película y ponte
a las teclas, que te dicto”. Y aquí estamos, con una nueva entrada más en este
blog vital que es mi ventana al mundo de quienes se interesan por mí. Dios os
bendiga siempre.
Es sábado, estoy en la ciudad más bella del mundo y soy
plena y absolutamente feliz, aunque esté de exámenes. Dios está conmigo y nada -ni
nadie- puede quitarme su amor.
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