Navidad con A de amor
“Que tengas una feliz y pequeña Navidad”. Ese es el título
de una de las más bellas canciones navideñas que he escuchado en muchísimas
versiones: más lentas y nostálgicas o con un swing que no consiente que tus
pies estén quietos. La música dice muchísimo más que la letra, porque te hace
olvidar lo que te preocupa durante los tres minutos escasos que dura la canción:
Que por este año los problemas estarán fuera de la vista, que el año que viene
todos estaremos juntos para estas fiestas, en resumen, “have yourself a little merry
Christmas” sin ir más lejos. Recomiendo que la escuches mientras lees este post,
en especial la versión de Ella Fitzgerald que sirve de fondo a los fetuccini navideños
de la película “The Holiday”, porque es tan alegre que te hace bailar y despeja
las nubes grises que siempre traen estas fiestas a la memoria.
Sí. Son fiestas alegres, porque se trata de celebrar el
nacimiento que cambió el curso del mundo, que partió en dos la historia y que
ha marcado la vida de miles de millones de personas desde que ocurrió. Pero
también son fiestas “traidoras”, que traen recuerdos de aquellos años de nuestra
niñez, cuando aún la vida no nos había golpeado con saña y todo parecía ser
posible, desde esa magia que hacía que el seis de enero los Reyes nos hubieran
dejado lo que habíamos pedido -o algo similar, según familias-. Desde la adulta
responsabilidad de quien tiene que manejar una casa, una familia, un negocio
que va regular, un trabajo inestable, o un jefe que hace bueno al avaro
Ebenezer Scrooge, las fiestas de la Navidad se ven de otro modo.
Es la perspectiva de la altura de la vida a la que estemos
la que distorsiona más o menos esa “magia” que nos venden en los anuncios y en
las películas rosas de sobremesa, donde una chica llega a su pueblo para estos
días y conoce al amor de su vida, y todos felices y contentos en menos de dos
horas (siesta incluida). Pero la Navidad es infinitamente más que “eso” que se
palpa en el ambiente: es la conmemoración del nacimiento del Hijo de Dios. Ese
Dios hecho hombre que quiso ser como un humano más en este precioso planeta, y que
pasó por lo mismo: aprender a hablar, a andar, a comer solo, la escuela, el
oficio de su padre… y así hasta que decidió dejarlo todo para hacer lo que
había venido a hacer a este mundo. Y salió a predicar que Dios nos ama a todos
por igual, que todos somos iguales ante Él, que la única solución para todos
los conflictos es el amor, porque el mal siempre genera mal y termina por
devorarse a sí mismo, y a quien lo lleva dentro.
Por eso, porque la Navidad no va de magia en el ambiente,
sino de algo mucho más importante y profundo, no hay sitio para la tristeza
sino para una alegría limpia que inunde el mundo entero de un confín al otro:
el Amor Absoluto de Dios se hace hombre en las entrañas de María y nace en
Belén. A partir de ahí, del verdadero minuto uno de la historia de la humanidad,
nació la solución para el mal del mundo: A-m-o-r. No hay otro camino. Ni los
muñecos de nieve, ni los renos voladores, ni siquiera los regalos que traen los
Reyes Magos, o sus encargados. La Navidad va de amor desinteresado y sin
reservas, compartido con todos y cada uno de los que tenemos más cerca y de
aquellos con los que nos cruzamos por la calle.
Feliz Navidad para ti que lees esto. Que Dios nazca también en tu corazón; déjale que se quede y verás cómo te cambia la vida de una manera que no te imaginas. Serás tan feliz que te parecerá estar soñando.
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