Devolviendo ángeles
Hoy, más que nunca, por fin es viernes y se termina la semana laboral, que buen viaje lleve. Y ya queda menos, también, para terminar un año aciago con todas las letras, y mayúsculas. Lo siento, Señor, ya sé que eres el dueño del tiempo, que todo es para bien, pero ahora mismo qué oscuro que está todo. Hoy me he dado cuenta de muchas cosas y ha sido gracias a Isabel… No hacía falta un golpe tan fuerte, en serio te lo digo, Padre Dios. Pero ya está contigo, segurísimo que ya te ha dicho lo “apañao” que eres y a María que es un espejo de mujer. Cuídala, Madre, porque aquí nos quedamos los petardos, los espejos rotos y los incapaces de apañarnos con lo que tenemos.
Hoy me he dado cuenta de que, por ejemplo, han pasado
generaciones de sacerdotes por nuestras manos; que treinta y tres años para una
curia es casi una edad entera; que una sonrisa vale más que un mundo; y que la
tarea callada es la que más ruido hace. Sí. De todo eso me he dado cuenta en
solo un día: ayer por la tarde, cuando fui a rezarte, Santa María del Amor
Hermoso, delante de su cuerpo ya sin vida, pero muy bien arreglado, como ella
iba siempre. Y esta mañana, cuando he visto a todo un presbiterio con su Obispo
a la cabeza, llorando desconsolados porque no la van a ver más. Va a ser uno de
los mayores huecos de la historia reciente de esta Diócesis, y nadie, por muy
excelente que sea, podrá cubrirlo jamás mientras tengamos memoria.
La vida sigue. Y hemos de remontar el desastre, quitar los
escombros del corazón y seguir adelante, porque eso es lo que ella habría
querido. Nada de penas, que la vida es alegría y, sobre todo, colores y
canciones como las que cantábamos ella y yo aquellas primeras tardes en la
Secretaría General, mientras hacíamos el rutinario trabajo de preparar envíos y
no estábamos más que nosotras dos solas.
¿Sabes, Señor? Mi tiempo de relación más estrecha con ella
es el que más trabajo me cuesta recordar. Pero ella sí se acordaba, y más de
una vez me obligó a hacer memoria de aquellos primeros tiempos, cuando compartió
mi casa, con mis padres, mi abuela y mi hermano, hasta que encontró su primera
vivienda en la ciudad. Está tan lejos en el tiempo, pero tan cercano en el
corazón, que hoy me están viniendo imágenes de aquellas noches de charlas en
pijama, desayunos en la cocina y luego camino juntas hasta ese nuestro primer
trabajo. Jóvenes las dos, pensando en todo lo que teníamos que hacer, y con la
ilusión de que estábamos colaborando para crear algo nuevo, una nueva curia
según el pensamiento de aquel también joven Obispo que llegó a Jaén y ya lleva
en el cielo varios años. Seguro que ha salido a esperarla para darle un gran
abrazo.
Ahora llueven en mi alma los recuerdos de los primeros
tiempos, celebraciones, belenes y villancicos cantados escaleras arriba, hacia
el despacho del Obispo, para intentar que descansara por un momento y se divirtiera
con nosotros, “su curia”, como nos llamaba. Muchísimos años pasamos en
departamentos diferentes por mis “destinos interiores”, pero siempre hubo un
vínculo especial, ese primer amor que se graba a fuego en el corazón cuando
llegas a un lugar nuevo y conectas con alguien. Sí. Por más distancia temporal
o espacial que hubiese, siempre estuvimos ahí las dos. Y te doy inmensas
gracias por ello, Señor, porque también fue mi apoyo en momentos difíciles y
supo decir la palabra correcta en el momento apropiado.
Siempre termino mis oraciones dando gracias por lo vivido.
Hoy no va a ser menos. Gracias por Isa, por su vida conmigo y sin mí, por su constante
ejemplo de bondad y esa capacidad para quitar hierro a las cosas y conseguir
evitar los conflictos dentro y fuera del trabajo. Gracias, Señor, gracias por su
testimonio callado y constante, que ha sido lluvia fina que ha calado hasta los
mismos huesos de esta Iglesia que camina en Jaén. Nunca me imaginé que a estas
alturas tan tempranas estaría llorando la marcha de una amiga que, con su
partida, literalmente, nos ha arrancado un trozo del alma, que difícilmente
vamos a poder remendar sin la ayuda de Dios.
Pero, como dice San Pablo, omnia in bonum, todo es
para bien. Dios sabe más y conoce los porqués de todo lo que pasa con sus criaturas.
Gracias le sean dadas por habernos concedido el inmenso regalo de prestarnos un
ángel durante muchos años, y los préstamos hay que devolverlos, como Dios
manda. Eso es lo que nos ha pasado, que ya ha pasado el tiempo y ella ha tenido
que volver al cielo con los demás ángeles. Cuida de nosotros desde allí, Isa, acuérdate
de tus compañeros ahora que estás ya en el Paraíso.
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