Miércoles de fiesta y feria

Pilar, soporte, basamento, fundamento, fuste… cualquier sinónimo que busque se quedará corto, ni siquiera se acercará a explicar el lugar que ocupas tú, María, en mi vida desde que descubrí quién eras en realidad. Aquel día no tan lejano decidí que quería ser como tú, ya que no podía ser tú, porque a ti te soñó y te hizo Dios perfecta para ser la Madre de su único Hijo. Yo solo puedo aspirar a parecerme a ti en algo más que en mi primer nombre; afortunadamente, llevo una de tus advocaciones desde el bautismo. Y una de las parlantes, porque “María de los Dolores” habla por sí misma, no hace falta ninguna explicación para quien conoce el idioma. Es curioso, un amigo mío que es chino me dijo que en su cultura jamás pondrían mi nombre a una mujer porque significa algo malo, y los nombres de las personas deben ser alegres; esa fue la razón que me dio. Pero ya me estoy desviando. 

Pilar de mi fe, aquella en quien me apoyo cada mañana, rosario en mano, cuenta tras cuenta, acordándome y poniendo en cada avemaría la intención que me va sugiriendo el espíritu; aunque haya días en que vuelva a la realidad en el cuarto misterio… Esas distracciones que solo sirven para poner la verdad de mi necesidad a tus pies: familia, trabajo, peticiones de amigos y conocidos, la sequía, el mundo que se va al traste por méritos y voluntad propios, tantas cosas que llenan mi cabeza, mi corazón y mi alma en cada segundo de mi existencia.

Tú eres quien me sujeta al suelo, María, porque tú me sacaste del abismo, escalando, cuenta tras cuenta, como los peldaños de una gigantesca escalera que me izó a la superficie, donde al fin pude respirar aire limpio y descubrí la verdadera vida que me estaba esperando.

Tú eres quien me prepara el camino seguro cada mañana, cada día. De tu mano voy andando a todas partes y siempre estás en mi boca, ya sea en forma de jaculatoria con derechos de autor, o de esos dardos que salen espontáneos en función de las circunstancias que me pisan donde más me duele. Cor Mariae dulcissimum, iter para servaque tutum. Prepárame un camino seguro y consérvalo, para que no me pierda entre tantos gritos, cantos de sirena y tentaciones que me acechan cuando salgo de este recinto de oración que es mi hora vespertina. Sé la Estrella de la Mañana y de la Noche, la que guía mis pasos y vela mis sueños.

María, ya sea del Pilar, del Amor Hermoso o, simplemente, de Nazaret. Gracias por tu sí, por aquel “hágase” que rehízo el mundo, que cambió para siempre las vidas de todos los seres humanos de todos los tiempos. Guárdanos del demonio, ese bicho maligno, indigno y sibilino que se cuela por las rendijas del alma intentando hacernos caer.

Mira que soy chico, que no se vivir. Aunque no te llame, no me dejes solo, tú ven junto a mí. Amén. 

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