Despierta y en pie de guerra

¡Pop! Se fue el letargo. Esa pesadez de miembros y de párpados que reina en aquellas personas con síndrome de no-puedo-hacer-nada-porque-me-pesa-todo es ya historia. Han sido unos días de extraños cansancios y peores sueños nocturnos llenos de malos recuerdos entremezclados con pesadillas añadidas posteriormente. Sí, han sido unos días de readaptación a las vacaciones, de ser consciente de que no tenía que ir al trabajo pero que eso tampoco significaba estar tirada en el sofá, con el abanico a pleno rendimiento.

Sin embargo, nada como tener un cambio de impresiones con un operador de telefonía humano tras dos máquinas diferentes y la sensación de que los tres me han tomado por tonta, para determinarme. Ha sido la chispa necesaria para encender mi motor de arranque. Así que, como aún me quedan días de jubilosas vacaciones, toca ponerse las pilas y comenzar a hacer cambios en mis herramientas de trabajo, así como en mi propia casa, que necesita de una buena vez terminar su cambio de imagen.

Sí, los cambios son buenos. Siempre son buenos porque sacan lo mejor de nosotros mismos y dejan atrás aquello que no nos conviene o que nos resultaba molesto. La vida es un cambio continuo al que nos vamos adaptando paso a paso; unas veces tenemos más éxito que otras, lo admito, pero en general, como dijo aquel Saulo de Tarso que terminó siendo mi santo favorito, “todo es para bien” y siempre podemos aprender muchísimo de cada circunstancia que rodea nuestra vida.

Vivimos unos tiempos muy difíciles en nuestros días. Es cierto. Pero no es menos cierto que son los que nos tocan y hemos de lidiar con ellos e intentar que cambien a mejor, o, por lo menos, que ellos supongan un crecimiento para nosotros. Las quejas y los lamentos tienen su lugar en el instante en que ocurre el desastre; después, hay que levantarse, sacudirse el polvo de la caída y continuar andando, corriendo o haciendo lo que tengamos que hacer. Para quienes tenemos fe, en estos momentos de caídas y levantamientos la ayuda de Dios es real y constante, y lo digo por experiencia. Jamás me he sentido sola por más difícil que hayan estado las cosas, y sé que así será hasta aquel bendito día en que mi Padre del Cielo me llame a su lado para conocernos en persona. Víctor Frankl decía que cuando no podemos cambiar los tiempos, el desafío es cambiarnos a nosotros mismos; justamente de eso se trata.

Despertar es imprescindible: abrir los ojos y salir del mal sueño que viven quienes están atrapados por las desinformaciones constantes en las redes sociales y en los medios de “descomunicación” que hay por ahí lanzando constantes rumores, dimes y diretes. ¿Cómo levantarse del sueño? No será fácil, pero se puede empezar por redescubrir a nuestra propia familia, esa gente que comparte nuestra casa y con la que nos cruzamos por el pasillo, siempre que el móvil nos permita levantar los ojos del suelo. ¿Nos hemos parado a pensar en lo elocuente de la postura de quienes estamos hablando por el móvil? Con la cabeza hacia abajo siempre, mirando por el rabillo del ojo para no estamparnos con la farola de la calle, pero siempre hacia abajo. Y nos perdemos el cielo, esa maravilla que está sobre nuestras cabezas y que siempre muestra la luz del sol, esa que siempre está ahí para nosotros, aun cuando la ocultan las nubes. Siempre nos da su calor.

Propongo un ejercicio: pasar una tarde entera con nuestra familia, nuestros amigos, con quien queramos, sin móviles ni consolas, saliendo al campo o dar un paseo por la calle, mirando escaparates o los árboles del parque; pero, principal y esencialmente, conociendo y reconociendo a aquellos que nos quieren y a quienes queremos. El aire libre es un desintoxicante mental de gran poder y muy barato. La imaginación es el límite.

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