Paso a paso
Así es. La ley ineluctable e incontestable del tiempo: las cosas pasan una tras otra, aunque la impresión a veces sea la de que se ha abierto el cielo y han caído todas al tiempo sobre nosotros. No. Al igual que ocurre con la linealidad del signo lingüístico, esa propiedad definida por Ferdinand de Saussure, que consiste en el hecho ineluctable de que las palabras salen una detrás de otra, por más prisa que tengamos en decir lo que sea, aunque a veces la prisa nos traicione y las órdenes de nuestro cerebro sean incorrectas y digamos palabros del estilo “corrinas cortías” en lugar de “cortinas corridas”; en cualquier caso, siempre una tras otra, acontecimiento tras acontecimiento e idea tras idea, aunque la apariencia sea la de un tornado fuerza cinco dando vueltas en nuestro cerebro, levantando ocurrencias, pensamientos y deseos, todos mezclados en un vertiginoso vórtice que gira en torno a sí mismo.
La vida es así. Y, del mismo modo, las soluciones solamente
podemos pensarlas y ponerlas en práctica una tras otra; solventando un tema
podremos acceder al siguiente, y así, sucesivamente. Por eso, la mejor manera
de no agobiarse ante una montaña de tareas y asuntos pendientes es darse cuenta
de que, por más montaña que sea, está formada de pequeñas rocas. La solución es
quitar una tras otra, aunque a veces se derrumbe una parte; no importa, siempre
serán las mismas rocas puestas en otra posición y a las que habrá que buscar
acomodo o solución de la mejor manera posible.
¿Por dónde viene todo esto? Muy sencillo: estoy terminando
los exámenes de cuarto curso y ahora, que están ya saliendo las calificaciones
de los terminados, es cuando puedo hacer balance de lo que ha supuesto este año
académico. ¿Problemas? Muchos, por no decir muchísimos, que me han puesto palos
en las ruedas, quitado tiempo de estudio, quitado concentración, etc. ¿Agobios?
Menos que en años anteriores y precisamente por todo lo que llevo escrito hasta
ahora y por una afirmación axiomática del gran Julio César: divide y vencerás. Y
he vencido: todos los problemas han sido solventados o asumidos (porque hay
algunos que se escapan de mi alcance, por lo que he tenido que aprender a vivir
con ellos) uno tras otro, con mayor o menor éxito, pero al fin y al cabo
puestos en su sitio, lo cual me ha permitido dedicarme a lo que de verdad
importaba: estudiar, preparar los trabajos y, también, poder vivir mi vida, esa
que está casi aparcada desde que inicié la carrera.
Paso a paso, step by step, sin prisas y sin pausas, es como
transcurre el tiempo en esta mi preciosa y hermosa vida, entendida como la
mejor oportunidad de ser feliz en este mundo como antesala del otro. Dijo un
santo que quien es feliz en este mundo ya sabe por dónde van las cosas en el
cielo; pues en ello estamos, a ver si esto solamente es el trailer de la
película que me espera cuando Dios Padre me llame junto a sí.
Se acaba cuarto de carrera, sí. Ya casi es un hecho: un
examen más y se terminó el año. En septiembre, Dios mediante, comenzaré el
último (por ahora, que no me atrevo a decir nada ya), que se aventura lleno de
más trabajos y, cómo no, de muchísima más ilusión, de increíbles ganas por
tomarle el pulso a eso de ser “de los mayores” y por volver a la clase, los
apuntes, las dudas, las risas y, sobre todo, compartir cada día de presencia en
el aula como si fuera el último. Lo que más agradezco a los golpes que me ha
dado la vida hasta ahora (y han sido bastante importantes en los últimos diez
años) es que me han enseñado a disfrutar el instante, a grabarlo en mi memoria
como feliz recuerdo aunque aparentemente haya sido un desastre. Ya he dicho
innumerables veces que de lo malo siempre hay que quedarse con lo mejor, con esa
frase de San Pablo: Omnia in bonum, que llevo tatuada a fuego en el alma
junto con la otra: Sufficit tibi mea gratia, la sentencia que me susurra
siempre mi Amor absoluto al oído en esos momentos de bajón -que también tengo,
no piense nadie que una es perfecta- en los que le pido que, por favor, mire
para otro lado y santifique por la vía del martirio a otro cristiano que no sea
yo. “Te basta mi gracia”, y tanto que es así: si no fuera por ella no estaría
escribiendo esto desde mi adorada Salamanca. Me basta su gracia porque solo con
ella mi vida es plena y tiene sentido aun en el más profundo dolor existencial.
Su Gracia me sacó del abismo y ella me mantiene en lo más alto de la realidad:
sé que todo lo puedo con Él a mi lado; su mano sostiene la mía y me lleva por
el mejor de los caminos. El mejor Pedagogo que puedo tener, el único que deseo
tener.
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