Siempre es 1 de septiembre

Hoy, como ayer y como mañana, vuelvo a recomenzar. Como aquel día primero de septiembre de hace mil años en que amanecí en mi nueva vida y en mi nueva casa, en esa nueva dimensión de mi existencia, puro regalo y don de Dios, que me permitió reiniciarme y partir prácticamente de cero con Él, con el mundo y conmigo misma.

Hoy, hace un par de horas, he caído en la cuenta de esta verdad que se cumple cada día en mi persona. Perdón por el personalismo de esta mi penúltima ventana al mundo, pero hoy necesito expresar lo que mi alma siente, piensa y vive. Ni siquiera recuerdo el motivo por el que mi mente ha realizado esta asociación de ideas que me ha llevado a la conclusión que titula este cartapacio. Lo que sí recuerdo es que, como la canción que ahora mismo Jim Brickman toca en su piano, si pudiera meter el tiempo en una botella, estaría ese día de primer recomienzo vital, para dejarlo expuesto en el museo de mi experiencia.

Pocas veces nos damos cuenta de la oportunidad que cada amanecer supone para nosotros. Sumidos en la amargura de la rutina, de dar vueltas como un hámster en una eterna rueda sin fin, Sísifos penando un castigo presuntamente inmerecido, no miramos nunca hacia arriba, sino que nos centramos y concentramos en mirar al suelo porque la carga en la espalda pesa mucho, muchísimo, cada minuto más, y más, y más.

Sin embargo, si miramos hacia arriba, si nos erguimos como los seres bípedos que somos, podremos ver el cielo y su imponente azul; el viento nos acariciará el rostro e, instintivamente, levantaremos los brazos como si fuésemos a alzar el vuelo… Entonces la carga caerá al suelo, se derramará el saco y el humo de las paranoias autocreadas en nuestra envenenada imaginación de mentiras cibernéticas, muchas veces producto de la imaginación o invención de otros y dadas por verdades supremas gracias a los “megustas”, se disipará; el viento esparcirá las cenizas que queden de él y todo habrá desaparecido.

Será en ese momento cuando nos demos cuenta de que somos libres, completamente autónomos para pensar, para pasar por el filtro de nuestra propia conciencia (liberada de las mentiras que pueblan las enredaderas sociales) todo lo que nos asalta sin piedad por todos los medios de comunicación conocidos y por conocer. Hay una preciosa canción de Alberto Cortez que empieza diciendo: “Quiso volar igual que las gaviotas…”, la historia de un “pobre loco” al que condenaron las autoridades sociales y políticamente correctas a vivir anclado al suelo y vestido de cordura. Hacen falta muchos pobres locos que sean capaces de abrir sus alas y surcar el aire gracias a su única e irrestricta libertad, ese desapego de las cosas que nos convierte en seres ligeros, capaces de surcar el aire y construir en él castillos a nuestro libérrimo albedrío, sin pensar en lo que los demás puedan opinar o criticar.

Hoy es el primer día del resto de mi vida. Soy libre como el mismísimo viento, orgullosa hija de Dios, creo y amo profundamente al ser humano y sé que es capaz de llegar allá donde se proponga. El mundo tiene arreglo, claro que sí. Hay que mirar hacia arriba, dar gracias a Dios por la maravilla de la creación y mirar al otro con los ojos de Dios, entendiendo lo sagrado del ser humano gracias a la diversidad, a que es diferente a mí. Solamente así se aprende, se crece como persona: respetando y conociendo a quien es distinto, amándole precisamente por la inmensa dignidad que tiene como criatura de Dios, soñada y diseñada por él para una misión concreta en esta tierra. Tan libre como yo, tan hermoso como lo soy yo, tan amado por Dios como también lo soy yo, y con un potencial inmenso en su corazón, que será desarrollado y puesto en acto solamente si él quiere. Es cuestión de hacerse la pregunta: ¿Qué te parece? ¿Recomenzamos? ¿Quieres que hoy sea tu 1 de septiembre?

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