Movimientos

Hoy ha empezado el final de mi penúltimo año de estudios. Examen hecho, paseo gratificante al frío espeluznante con que Salamanca me ha regalado esta mañana (ayer sudaba a chorros, cosas de la climatología), algunas compras de lo más esencial para proveer algo mi vacía nevera, y de vuelta a un más que merecido paseo relajante por una ciudad que se ha revelado como mi compinche de aventuras, bella hermana y amiga que me entiende solo con una mirada, y no digamos ya cuando mi ceja se levanta y asoma una pícara sonrisa: entonces somos terribles aliadas contra el mundo.

Se va el tiempo, siempre lo digo y lo repito porque es verdad. Creo que es la única verdad real y terrena que puebla nuestra actual sociedad, lo único que no puede ser cambiado por la ideología reinante y mutante: cada diez segundos pasa una moda y nace otra, aún peor y más fea que la anterior. Es lo que veo: la cultura de la fealdad intentando destacar y -oh, sorpresa- al final todos van iguales. Paradójicamente, entre tanto intento por destacar lo que no se permite es pensar diferente al resto, ser tan original por dentro que trascienda por fuera aunque el “look”, la apariencia externa sea considerada del montón.

En realidad, lo que nos hace diferentes no es el modo de vestir, peinar o hablar. Antiguamente se decía que el hábito no hace al monje, precisamente porque donde reside la originalidad, la unicidad del ser humano es en su interior más íntimo. Ni siquiera los que creemos en Dios y nos confesamos católicos ante el mundo, somos iguales: todo lo contrario, nada más lejos de la realidad de la Iglesia que el “café para todos” o el uniforme y todos iguales, al mismo paso y sin salirse de la fila. Precisamente esta es una de las cosas que me están quedando más claras en mis estudios de derecho canónico: puede que la norma sea única para todos -que lo es- pero no es un corsé que impida el movimiento, sino justo lo opuesto, porque la norma se aplica con un principio llamado equidad, que hay quien lo hace sinónimo de epiqueya, aunque no son lo mismo. La equidad suena a “igual para todos” y por eso prefiero referirme a la otra palabreja: epiqueya, que procede de un adjetivo del griego clásico que significa “lo conveniente”, y que, aplicado al cumplimiento normativo, significa que la ley, en determinados casos, se adapta como un guante a la persona, de tal modo que no solo no la constriña, sino que le dé alas para volar, convirtiéndose en parte de ella. Es el carácter performativo del derecho canónico, que existe para la salvación de las almas y no para el martirio constante de los católicos, y que consigue que una norma sea vehículo de mejora y crecimiento de la persona.

Performativa está siendo también mi experiencia salmantina. Aparte del nivel académico, está el personal, que me está llevando a un crecimiento constante y consciente de mi ser persona, de mi ser cristiana y católica. El agradecimiento brota a borbotones en mi alma cuando miro hacia atrás y veo todo el camino recorrido con mucho aprovechamiento y éxito también. La emoción también se asoma a ese año y pico que aún me falta para culminar los estudios y en el que aprenderé mucho más de lo que ahora mismo pueda imaginarme, y en todos los ámbitos de mi vida.

Tiempo este de cambios que afectan indefectiblemente a mi vida personal; trabajo y estudios se han puesto de acuerdo para no darme un instante de tregua, ni siquiera para hacerme a la idea de que algunos ya han desaparecido de mi vida y otros no van a estar nunca, de que el pasado quedó atrás y su huella forma ya parte de mis cimientos personales, escondidos bajo tierra y sin posibilidad alguna de volver a emerger. Omnia in bonum, todo es para bien; me quedo con eso. Se están fraguando amistades de largo recorrido y de profundo surco donde sembramos cada día aquello que nos une en tantas cosas, que no puedo pararme a enumerarlas ahora -y tampoco quiero hacerlo, porque eso se queda para los secretos sumariales de mi experiencia jurídico-canónica. Nosotros sembramos y Dios será el encargado de hacer que crezca.

Movimientos: no son buenos ni malos. Su calificativo y sus consecuencias dependerán de hasta dónde y cómo les permitamos que nos afecten. En nuestra mano está conceder a los demás el poder de ofendernos o de ensalzarnos, según decidamos cómo nos influyan los actos de nuestros prójimos. Movimientos, sí, pero siempre hacia adelante y jamás hacia atrás. Dios se encarga de enviarnos a su Espíritu Santo, el gps de nuestra existencia, aquel que marca el camino por el que debemos transitar en nuestro continuo viaje hacia el Padre, de quien vinimos y hacia quien nos dirigimos sin prisa, pero sin pausa.

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