Quien bien te quiere

“Quien bien te quiere, te hará llorar”. Jamás comprendí la razón de tal dicho. Mil explicaciones me han llegado, pero ninguna me convence. Mejor dicho, me convencía.

Hoy ha llegado la luz mientras leía el himno de Filipenses que se ha proclamado como segunda lectura. Te vaciaste de tu propio ser Dios y optaste por la carne mortal y el llanto desde que llegaste a este mundo. Me elegiste porque me amaste (dilexisti mihi) desde antes de existir el tiempo, cuando ya conocías que mi duro corazón te haría llorar y desear que aquel cruel trago que empezó en Getsemaní pasase de largo. Pero desde mi propia y humana condición, esa que no vale ni merece la entrega total de un Dios, me redimiste. Tu “sí” de hombre me salvó. Ahora mismo, quien bien me quiere -Tú- me está haciendo llorar mi propia miseria y mi propio pecado, esos que te llevaron a la cruz una vez y que borras cada día en el altar.

Me llora el alma, y el llanto no cabe en mi pecho, ni tampoco en el universo que Tú creaste. ¿Por qué no me abandonas nunca? ¿Por qué me demuestras cada día, cada instante, tanto amor desde la Cruz?

No entiendo el misterio de la Cruz. Tu Cruz. Mi cruz. No me entran en la cabeza ni el sufrimiento ni la muerte, porque mis poros gritan vida y piden que no exista el dolor. Fui creada para el amor, desde el amor y por amor. Fui hecha libre hasta negarte una y mil veces ante el mundo que ve con malos ojos mi amor por Ti y mi libre entrega a poner en marcha tus planes para conmigo y el resto del universo. Como Pedro, lloro amargamente, en silencio y a oscuras mi constante traición a tu nombre cada vez que te miro y me miras desde el Sagrario, o desde las manos de ese bendito sacerdote que te trae cada día para hacerte comida que sacie mi hambrienta existencia, incapaz de saciarse con otra cosa que no seas Tú, Alimento absoluto para mi camino.

“Quien bien me quiere me hará llorar”, porque me dirá la verdad de frente, a la cara, y soportará la mirada, a veces airada, humillada y colérica capaz de echar por tierra la amistad verdadera. Quizá sea esa otra razón del refrán. También lloraste ante Jerusalén, porque sus habitantes fueron incapaces de aprovechar el momento, ese carpe diem que les gritabas con tu predicación y tus signos evidentes de que el Reino había llegado a sus casas.

No quiero ser así. No quiero un “¡hosanna!” hoy y un “¡crucifícalo!” mañana. Hazme nueva esta Pascua, que el paso que dé sea adelante, con la cabeza alta porque voy de tu mano, esa que aún guarda la señal de aquel clavo que te cosió al madero donde te entregaste por mí. Hoy es Domingo de Ramos, empieza la Semana Mayor del año para los cristianos; como dice María en la película “La Pasión”, de Mel Gibson, “ya ha empezado”. Sí. Día tras día recordaré aquellas horas que terminaron contigo muerto en la Cruz y con tu gloriosa Resurrección. El tiempo vuela rápido y llegará el final casi sin notarlo. No sea así esta vez, ayúdame a saborear cada momento contigo, quédate conmigo cada instante y no te vayas nunca de mi lado. Sé que me amas y esa es la razón de mi llanto, porque no existe lenguaje en el mundo capaz de expresar lo que palpita un corazón enamorado que solo desea estar con aquel a quien ama desde lo más profundo de su propio ser.

Bellísima palabra el verbo latino “diligo”, porque expresa justo la opción de alguien por otra persona: escoger para amar, soltar lo que tienes entre manos porque una persona te ha arrebatado el corazón con su sola mirada. No en vano, los antiguos romanos declaraban su amor romántico con este verbo; no decían “amo”, sino “diligo”. Por eso, tu entrega por nosotros también se dice con ese mismo verbo. Diligo te, Christe, heri, hodie et semper.

Comentarios

Entradas populares