Sonidos, sones y músicas

Llueve y bien. Con fuerza y sin viento, cosa extraña en mi preciosa ciudad. Pero no me quejo. Para quien vive entre períodos de sequía, oír llover de esta forma es poco menos que extático y otra razón más para dar gracias a Dios desde lo más hondo de mi corazón.

En poco más de diez minutos me toca volver a clase. El curso va tocando ya a su fin (quedan escasos dos meses) y se va viendo ya el final del periplo estudiantil, lo cual no significa una bajada de guardia, sino todo lo contrario. La cuesta se va pronunciando cada vez más, los trabajos aumentan y el tiempo mengua, con lo que las jornadas de trabajo para mi ángel de la guarda, en perfecta conjunción con mi amado Espíritu Santo se vuelven casi interminables y, también por mi parte, impagables.

Jamás pensé que podría llegar a descubrir lo que cada día, en cada clase y fuera de ellas, en los foros y conversaciones con los compañeros, estoy viendo, aprendiendo y, sobre todo, disfrutando. Estos años en Salamanca me han traído una nueva familia con la que me quedaré por el resto de mi vida; independientemente de dónde nos lleve Dios para hacer su voluntad, la amistad o, mejor dicho, la hermandad que hemos construido durante estos dos años es de por vida. Cuando las almas se unen no se separan jamás, pase lo que pase. Gracias a Dios, las redes sociales nos acercan aunque vivamos en el extremo del planeta; las distancias se han reducido drásticamente en materia de comunicaciones, aunque -paradójicamente- nos alejan cada vez más cuando se trata de las relaciones de tú a tú, cercanas, mirándose a los ojos, que han aprendido idiomas desde que las mascarillas nos cubren casi toda la cara.

Tap-tap-tap es la música que ahora mismo suena en mi casa, la sonrisa brilla en mi alma y el gozo de quien oye cómo el agua cae por las ventanas (limpiadas a conciencia no hace ni dos días, pero ¿qué mejor conjuro para que llueva?) marcan ahora mismo la banda sonora de mi vida, junto al toque casi a compás de las teclas mientras pongo por escrito lo que mi corazón canta, lo que rebosa y sale por cada poro de mi piel. Tap-tap-tap, así comienza una hermosa canción del gran Cole Porter: As the top-top-top of the raindrops (como el top-top-top de las gotas de lluvia), cantada en mi recuerdo ahora mismo por la inolvidable Ella Fitzgerald. “Night and day you are the one”, “día y noche tú eres el único, solo tú más allá de la luna y bajo el sol, y ya sea en el ruido del tráfico o en la soledad de mi cuarto”. Sí, eso mismo siento por Ti, por el de siempre, por el que desde hace relativamente poco tiempo llena, plenifica mi alma y mi corazón con su solo Amor.

Hay muchas canciones profanas que pueden tener aplicación divina, porque son canciones de amor, y ¿qué mejor manera de hablar con Dios -Padre, Hijo y Espíritu Santo- que declararle mi profundo amor desde la música, con las bellas palabras de quien tiene el don para escribirlas? Hace un tiempo me enamoré de una preciosa versión de “No puedo quitar mis ojos de ti”, cantada por Alba Molina, y que es lo que mi corazón canta siempre que le veo hecho pan y mirándome a los ojos: “No puedo creer que es verdad, que tanta felicidad, haya llegado hasta mí, y simplemente aprendí, que el cielo siento alcanzar pensando que voy a amar, por eso no puedo así quitar mis ojos de Ti”. Una maravillosa declaración y, además, cierta en todas y cada una de sus palabras. Ojalá pudiera dejarla con música y todo, pero las teclas no me lo permiten y yo, por desgracia, no sé leer ni escribir música (una de mis asignaturas pendientes y más frustrantes, lo confieso).

Se va el tiempo de receso antes de las clases vespertinas, y con él se va mi tiempo de disfrutar del sonido del agua sobre mi cancela y de mirar a la ventana y ver caer las líneas de agua que llegan hasta el suelo, limpiando -laus Deo!- toda la arena que generosamente el desierto nos regaló hace una semana.

“Tú debes de perdonar mi insolencia al mirar, toda mi culpa no es, me he enamorado estas vez, difícil es insistir, sin Ti no puedo vivir, por eso no puedo así quitar mis ojos de Ti.” Pues eso, que así es la vida de una mujer enamorada, con suspiros profundos incluidos “cuando nadie me ve”, que cantaba el gran Alejandro Sanz.

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