Pensad y viviréis
La bahía de la media luna ilumina con sus acordes esta mañana de martes, de líos múltiples dentro y fuera de mí, de nubes grises que empañan un horizonte sonriente y amplio como mi corazón abierto de par y en paz.
Tocan clases, trabajo desde casa y obreros dando martillazos
en no mucho rato, pero nada ensombrecerá mi ánimo. No, señor. El piano de Jim
Bajor lo está impidiendo desde la raíz; solamente un piano y unas manos
bendecidas por el don de la música, esa intocable alegría que surca el aire y
llega hasta el alma dispuesta a hacerle un sitio entre sus pobladores,
recuerdos de gozos pasados, de tristezas archivadas, asumidas e incorporadas en
el adn existencial de la que
suscribe.
Se acaba la canción para dar paso a sepa Dios cuál (adoro el
orden desordenado de las listas musicales), y suenan acordes conocidos y
diferentes de los anteriores. Ahora me canta esperanza acerca de algo que se
desea y casi se está gustando ya; “ella ha encontrado un camino”, me dice Steven
C, y también lo he hecho yo, gracias a Dios, que me acompaña desde que me
levanté (al menos de modo consciente por mi parte, desde que mi cerebro arrancó
hace ya más de dos horas); Él me ha ayudado a preparar el desayuno, la zona de
trabajo y ahora mismo lleva mis dedos por las teclas para comenzar un día de
acción de gracias por todo: desde el hecho de que sigo viva y expectante ante
este martes en el que ni me voy a casar ni me voy a embarcar en más aventuras
que la de disfrutarlo y exprimirlo para sacarle todo el buen partido posible.
Un clásico continúa mi lista madrugadora: “Misty”, en manos
del gran Erroll Garner, grabación antigua y con muchísima solera; ay, esas
baquetas sinuosas y suaves, más “misties” que la propia canción. Es una
maravilla cómo una misma pieza puede alcanzar tantos matices según quién la cante
o la toque; la versión de Sarah Vaughan es de las más bellas que he escuchado,
capaz de remontarte hasta lo más profundo de tus recuerdos adolescentes de
primeros amores.
Se va acercando la hora de ponerme a preparar la primera
clase de la mañana, que ayer terminó con sabor a cine (sí, he dicho cine)
dentro de la filosofía del derecho. La moraleja de la última clase de ayer fue
que la filosofía es la base de cualquier pensamiento, de cualquier rama del
arte (y el derecho es un verdadero arte, puesto que es una herramienta para
servir a la comunidad, no al autor); ese “amor por el saber” va más allá de la
apariencia de pensadores sentados en un café, con un libro en las manos y la
pipa descuidada en la comisura de los labios. Filosofía es plantearme por qué
estoy donde estoy y hago lo que hago; por qué me afectan de esta manera
determinados acontecimientos, o cómo puedo descubrir mis objetivos en la vida. Estas
preguntas nos llevan más allá de lo que podemos leer o compartir en redes
sociales, o de lo que vemos sin rechistar ni preguntar en cualquier cadena de
televisión. La filosofía es el fundamento de cualquier inicio de pensamiento,
ese ejercicio en desuso por desgracia y que evita que las personas ejerciten su
mente (“mente sana en cuerpo sano”, ¿recuerdan?), que también necesita hacer
músculos para evitar que los manejen a su antojo aquellos que mandan sobre los
medios de comunicación. “Pienso, luego estorbo” fue una genial viñeta del
inolvidable Forges; jamás leí una verdad más grande ni más cierta. Pensad y
viviréis.
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