Once de febrero

 Una fiesta de mi Madre del Cielo. Bendita sea siempre

Hace ya muchísimos años que yo estuve allí, en Lourdes, donde te apareciste a una chica sin importancia, a la que nadie hacía caso ni tenía en cuenta, ni siquiera después de haberte aparecido, ni siquiera después de haber profesado como religiosa… No, nadie o casi nadie reparó en ella. Sólo tú, María. Sólo tú, la Madre de los que no importan, de los que no son tenidos en cuenta, de los que parece que no sirven para nada, pero valemos para tantas cosas…

No es mi oración una queja, no me malinterpretes. Es más bien una acción de gracias por formar parte de los realmente valiosos para ti y para tu Hijo; ese resto que esperamos contra toda esperanza, que sabemos que el mal que nos rodea no sólo es pasajero, sino que ni siquiera es más grande que todo el bien que sobrevuela, rodea y abraza el mundo. Formamos parte de ese pequeño reducto de profunda fe en el Amor absoluto que mueve montañas y que forma parte de la genuina y verdadera esperanza que jamás defrauda a quien la vive en primera persona y con raíces hondas en el corazón.

Gracias, María, porque te muestras a los pequeños, porque solamente una frase tuya en el Evangelio ya lo dice todo: “Haced lo que Él os diga”. Ese es el secreto de la felicidad en este mundo, no hay más trucos ni más reglas. Sólo seguir esa simple instrucción y entramos directos en la felicidad terrena, que es antesala de la eterna en el cielo que nunca se acaba. Dijo un gran santo que quien es feliz en la tierra ya sabe cómo ser feliz en el cielo. Creo que tiene mucha razón esa afirmación. Ser de Dios y para Dios en la tierra ya es parte del camino que lleva hacia el cielo.

Otra manifestación que tiene que ver con la felicidad que nos espera a quienes confiamos del todo en Dios es que la risa, el sentido del humor y la capacidad de reírnos de nosotros mismos y de hacer reír a los demás tiene un mucho de eternidad, de pregustar lo que nos espera ese gran día en que, por fin, veamos el rostro de Cristo cara a cara. Ya no estaremos “vivos”, no volveremos a pisar la tierra o a degustar un buen vino; pero, ¿a quién le importa? Estaremos con el Único capaz de convertir el agua de nuestra vida en el mejor vino jamás probado; Él es el único que puede hacernos completa y absolutamente felices con solo mirarnos a los ojos y decirnos “te amo”.

Hoy es un día grande porque celebramos una fiesta de la Santísima Virgen. También lo es porque Ella está instalada en mi corazón para siempre, enseñándome el camino para parecerme un poquito más a ella cada día; por más que la tarea parece titánica e imposible, no deja de ser un reto más para que Dios, en su infinita bondad, me ayude con su Espíritu a limar y cambiar todo lo necesario para que mis defectos dejen de serlo y mis escasas virtudes vayan aumentando en tamaño y calidad. Santa María de Lourdes, la Señora de los enfermos, no sólo de cuerpo sino también de alma, que hoy en día son muchos más porque la vida nos lleva de cabeza y nos arrolla con prisiones que nosotros mismos nos creamos. Santa María, Auxilio de los cristianos, Consuelo de los afligidos y Salud de los enfermos, ruega por nosotros.

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