Horas
“Era la hora décima”, es decir, mis cuatro de la tarde. Se le quedó a Juan tatuado en el alma el momento en que te conoció y decidió seguirte donde fueses y beber el cáliz que tú habrías de apurar hasta el final. Eran casi las diez y media de esta mañana cuando me has abrazado como sabes que me gusta, me has besado en la coronilla y me has estrujado contra tu pecho: “Vamos, Lola, un paso más. Sé que estás cansada, que te duele hasta el alma por el esfuerzo que estás haciendo con dos trabajos y la carga que supone tu eterna exigencia respecto a quienes más quieres. Yo estoy contigo y te abrazaré cuanto sea necesario para renovarte y alimentarte en este camino que se abre ahora ante ti. Sufficit tibi mea gratia…”. Y te has despedido con un “hasta mañana”.
Sí, mi querido Amor Absoluto y Verdadero. Hasta mañana no
podré sentirte otra vez, tenerte en mí, conseguir que formes parte de mi ser
terreno y corporal. Cuán larga es la espera para quienes aman de verdad. Se me
antoja una era, un eón todo el tiempo que he de pasar sin tocarte, sin comerte,
sin cerrar los ojos y sentir ese escalofrío que me deja tu sola Presencia. Pero
así son las cosas para los que andamos aún por la tierra… siempre subiendo la
rasante sin ver lo que hay detrás hasta que te lo topas de frente; soy incapaz
de ver el futuro, ni siquiera de intuirlo, excepto…
Sí. Hay una excepción. Contigo de por medio siempre la hay,
porque lo único absoluto de todo esto es tu amor incondicional por mí; lo demás
es relativo, porque siempre te las ingenias para sorprenderme, para regalarme,
para dotarme de más y más dones que conviertan mi vida en la perfecta felicidad
que es ahora mismo, con todo el estrés por los dos trabajos, por la posibilidad
de contagiarme del puñetero virus, por tantas cosas a ras de suelo que a veces
consiguen llenar y embotar mi mente… Con todo eso, y todo lo demás que no cuento,
pero existe, soy plenamente feliz desde que te encontré a solas, en el más
absoluto silencio y abandono interior, y me tomaste de la mano para ofrecerme
una alternativa a la autocompasión.
No recuerdo la hora. Lo siento, ahí me gana San Juan. Sí
recuerdo la sensación, la ola de emoción que arrasó mi alma y me llenó de lágrimas
cuando, gracias a mi “sí”, me mostraste el camino que se abría delante de mí.
No era la hora décima, pero me da lo mismo: lo que sí es cierto es que aquella
fue mi hora, mi momento, el instante en que se detuvo el mundo, el tiempo y el
espacio, y mis ojos se encontraron con los tuyos. Jamás un fuego semejante
arrasó mi ser interior; jamás me sentí más amada, confortada ni querida. Jamás
nada ha vuelto a ser lo mismo. Nunca más.
Hoy, a la hora casi undécima, escribo esta mi oración
vespertina. El tiempo es quien amenaza constantemente la existencia de la
criatura humana, siempre corriendo en pos de él para llegar tarde a todas
partes, sin ser conscientes apenas de que el tiempo que no se regala, no vale para
nada. Horas de trabajo perdidas porque no se hacen desde el amor a los demás,
porque parece que se nos olvida que el amor que damos siempre viene de vuelta
multiplicado por infinito. Tiempo para invertir con Dios, que nos espera para
escuchar todo lo que le queramos contar, porque es padre y quiere que sus hijos
le relaten sus historias (aunque él ya las sepa de memoria; pero ver la cara de
quien amas mientras te habla y se siente escuchado, no tiene precio). Señor,
enséñanos a valorar el tiempo en su justa medida, a regalarlo a los demás y a Ti.
En diez minutos comenzará la undécima y el día se va
terminando con ella (ya van casi cuatro del año nuevo), mis manos van moviéndose
más lentamente sobre el teclado porque las ideas bullen más tranquilas que al
principio, cuando tenía tantísimo que decirte que he optado por el teclado más
que por el bolígrafo y el papel. Parece mentira lo que puede hacer un trabajo: vuelo
a las teclas y me cuesta un mundo escribir a mano… Pero no me quiero distraer
de lo que estoy haciendo, que no es otra cosa que terminar dando gracias, como
siempre, por el día, por tus regalos continuos, porque mi familia está bien y
porque un día, hace no sé cuanto tiempo y tampoco recuerdo a qué hora, mis ojos
se encontraron con los tuyos. Sí, hoy y siempre, sí para todo lo que me pidas,
porque no puedo negar nada a quien me ama así.
Comentarios
Publicar un comentario