Ecuador

Ya casi una semana en Salamanca. He cruzado el Ecuador de los estudios y de esta tanda de exámenes, todo en un día. He tenido la visita de quien me enseñó los primeros pasos por esta bendita y hermosa ciudad, y también los lugares de más utilidad para mis futuras estancias. Hace ya un año de eso, de las nieves, de las estrictas medidas contra la pandemia y de tantos recuerdos que se han quedado tatuados en mi alma por los siempres de los siempres. Amén.

Eterna acción de gracias a Ti, mi Padre del cielo, por tanto regalo y tanto mimo en estos últimos años de mi existencia. Eterna acción de gracias, también, por sentir tan a flor de piel la presencia y el aliento de mi padre de la tierra, que seguro está ya en el cielo, comentando contigo, Dios creador de ambos, todo lo que hago aquí, en la tierra. Los dos hacéis que quiera ser mejor persona, que quiera llegar hasta donde sea posible y Dios quiera, según el último deseo de mi padre antes de dejarme aquí y partir junto a sus padres, porque él ya había terminado su trabajo conmigo y tenía que volver con el Creador.

Las palabras siempre se quedan cortas cuando habla el alma plena de amor. Las mías no son una excepción por bien que las coloque o ritmo que imprima al relato. El Amor es así, inefable, no hay forma humana de describirlo, como ya lo dijo Lope de Vega, “quien lo probó, lo sabe”. No hay más. Y ahora mismo, antes de volver a tomar los apuntes para mi próxima cita con el destino el próximo lunes, hago recopilación de recuerdos en una nueva colección, a la que vuelvo a colocar glosas y comentarios en todos sus márgenes con esa letra especial, invisible e ilegible, pero palpable entre las líneas de lo escrito.

Una y mil veces lo diré: jamás podré agradecer suficiente que pusieras mi vida patas arriba de tal manera, que lo descolocaras todo y me dejaras sentirme completamente perdida y sin un lugar al que ir, más que a Ti. Fue la única manera de colocarme en la dirección correcta. Y, doy fe, funcionó. Aquí estoy, una vez más, poniendo por escrito una ínfima parte de lo que vibra mi alma, de lo que me hace levantarme cada mañana, aunque no tenga ganas y aunque lo que me esté esperando me dé auténtico miedo desde que era niña: un examen. Sí. Todos los superhéroes tienen una debilidad, mi criptonita son los exámenes, la tensión entre lo que he aprendido, lo que parece que sé, lo que me pregunta el profesor y lo que yo creo que quiere que le cuente… Ya me gustaría ver al fiero Aquiles enfrentándose a un examen escrito de Quirón, a ver por dónde le salía o se le escapaba ese valor del que tanto presumía el rey de los mirmidones. Aun así, con exámenes, tensiones, apuntes, líos, apuestas de compañeros acerca de qué pregunta va a caer, soy completamente feliz y por ello de nuevo te doy las gracias.

La primera semana está llegando a su fin y en cuanto la segunda medie su longitud, será el principio de la cuesta abajo hasta el final y la vuelta a casa. Entonces lloraré y diré que no me quiero ir; pero hasta ese momento, me toca disfrutar del momento que me toca vivir, poner lo mejor de mí en cada hora de estudio, hablar contigo, Padre del Cielo, para contarte mis aventuras y agradecer tu providente mano sobre mí y, más que nada, pedirte que cuides de los míos, que nada les pase y que siempre, siempre, siempre, se haga tu voluntad en mi vida como en el cielo.

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