Gloria
“Gloria in excelsis Deo”, eso es lo que canta Peter Hollens ahora mismo ante y dentro de mí. Gloria a Dios en las alturas, para quienes no estén familiarizados con el latín. Un hermoso villancico como banda sonora para un precioso belén viviente que se va colocando mientras los acordes llenan mi casa de esperanza y de alegría por un nacimiento no por esperado menos querido, anhelado diría yo. Sí, porque hoy, más que nunca, necesitamos que Él nazca, que venga a un mundo roto por su propia voluntad, donde se oculta el bien para que el mal parezca lo políticamente correcto.
Pero no. Él viene cada día, cada instante, para demostrarnos
que el mal nunca tendrá la última palabra. Podrá tener muchas penúltimas, pero
la que cierra el libro, la que pondrá punto y final a todo lo que conocemos, la
tendrá siempre Aquel que no cabe en el universo y que se hizo pequeño en las
entrañas de María, para conocer de primera mano lo que era nacer y crecer en
una familia, ser amado por quien es y no por lo que tiene o deja de tener, incluso
diría -sin ser irreverente- María y José lo amaron primero porque era el hijo
que tenían que criar, que Dios les había regalado como su don más precioso.
Esta Navidad muchos pensábamos que todo “volvería a ser como
antes”, cuando, en realidad, nada vuelve a ser jamás como fue en un pasado: ni
las circunstancias ni nosotros somos iguales (ya lo dijo Heráclito hace siglos
con su metáfora de no poder bañarse dos veces en el mismo río). Por lo tanto,
dejémonos ya de mirar hacia atrás, porque eso no sólo no nos permite avanzar,
sino que nos hace tropezar constantemente y no poder mirar hacia adelante, que
es la dirección en la que se debe caminar cuando se desea ir a cualquier sitio.
Jesús nació en Belén hace muchos siglos para cumplir la
promesa que Dios había hecho a su pueblo escogido, que no paraba de tropezar,
caer, levantarse, una y otra vez. Jesús es la salvación, pero “¿de quién o de
qué nos salvó? ¿por qué decís tanto en la catequesis que tenemos que salvarnos?”
Estas dos interesantes preguntas me las hizo una preciosa adolescente que se
preparaba para la confirmación. Simples y al mismo tiempo difíciles de
contestar en pocas palabras y de sopetón. No obstante, ahora, años después, mi
respuesta sería: Jesús vino a salvarnos de nosotros mismos. Sí. Somos los
máximos responsables de nuestras caídas, de nuestros pecados, ¿por qué no
decirlo? Somos pe-ca-do-res, ofendemos a Dios y al prójimo una media de tropecientas
veces al cabo del día; a veces no nos damos ni cuenta cuando lo hacemos. Sin
embargo, ahí están los chismorreos, los correveidiles, las mentiras, las
trapacerías para medrar en la empresa, las mil y una perezas para escaquearnos…
tantísimas cosas que llenan nuestro trabajo y nuestra vida en general son las
que nos van alejando poco a poco de Dios, van consiguiendo que nos escondamos
porque, como Adán y Eva, nos damos cuenta de que estamos desnudos ante Él, de
que no podemos esconder nuestras vergüenzas, y terminamos por darle la espalda.
Antes partidos que doblados, incapaces de reconocer la verdad porque nuestra
propia soberbia nos tapa los ojos.
Gloria in excelsis Deo, porque el plan de salvación de Dios
sí quiso contar con nosotros, como bellamente dice San Agustín: “Dios, que te
creó sin ti, no te salvará sin ti”. Si no queremos, no iremos al cielo. Tan
sencillo como eso, aquí no se salva a nadie en contra de su voluntad; somos tan
libres que hasta da miedo planteárselo. Contrariamente a lo que piensan quienes
no creen en Dios, los cristianos somos los más libres del mundo, no tenemos
imposiciones, sino que las aceptamos porque nos da la gana, porque amar a Dios
necesariamente lleva consigo amar a los demás y, a partir de ahí, viene todo rodado.
Otra frase de San Agustín dice: “Ama y haz lo que quieras”, porque todo lo
harás con el amor como motor de actuación, por lo tanto, tu conducta será
buena, crecerás tú y harás crecer a los demás. Una de las cosas que dice el
Evangelio sobre Jesús es que hablaba con autoridad. Pues bien, la palabra “auctoritas”,
proviene de un verbo latino (augeo) que significa hacer crecer; eso es
lo que provocaba -y provoca- la palabra de Jesús: nos hace crecer por dentro, como
nos ocurre cuando tenemos un profesor que no se limita a dar la lección y sale
corriendo después, sino que tiene como objetivo que el alumno aprenda de verdad
y se interese por la asignatura.
“Dame lo que mandas y manda lo que quieras”, otra frase del
Obispo de Hipona (o sea, San Agustín): si me mandas que ame, dame de ese amor y
que venga lo que sea, porque estaré preparado, porque el amor, en palabras de
San Pablo, nos pone en guardia, preparados para la batalla como los antiguos
soldados griegos, con los pies bien plantados en el suelo mientras esperaban el
golpe del enemigo. Ese es el significado del “todo lo soporta” de 1Corintios,
13. El Amor es el cimiento del faro que aguanta las olas que lo superan en
estatura y que le dan con toda la fuerza de un océano enfurecido.
Volvemos al inicio: Gloria in excelsis Deo. La Navidad está a
la vuelta de la esquina, se nota en el aire, el ambiente se va volviendo
diferente, esa “magia de la Navidad” que nos venden en las películas de
sobremesa es un modo de expresar la alegría que llena esta época del año y que
es difícil de explicar. Pero no es magia, sino el Amor Absoluto de Dios que se
nota especialmente presente en estos días del año, más allá de todo lo que nos
llega desde el exterior en forma de luces y de frases más o menos cursis.
Estamos en vísperas de la
Nochebuena de 2021,
cuando el mundo entero lucha en
desigualdad de condiciones contra un maléfico virus,
cuando la humanidad está mas
centrada en el brillo de la superficialidad que no alimenta,
cuando el ser humano da continuas
muestras de su desprecio por la vida,
aún queda un resto que espera al
Emmanuel,
que ora en silencio desde lo más
hondo de su alma,
que mira con ansia al cielo
esperando que se abra y destile el rocío
que cambie su llanto en cantar, su
pena en danza.
Ven, Señor Jesús, ven y no tardes.
Sólo Tú tienes respuestas,
Sólo Tú traes calor a nuestras
almas.
Sólo Tú puedes.
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