Lluvia

Por fin. Después de muchísimos días, está lloviendo tranquilo y sereno sobre mi preciosa ciudad. Suenan las gotas con su extraño ritmo, con una cadencia constante, aunque resulte difícil descubrir su partitura y su compás. Es casi la hora de comer y estoy haciendo recuento y memoria de lo vivido esta mañana.

Otro Padre y Pastor que se me va, porque así lo manda el Derecho canónico y porque también así lo ha considerado él como su deber para con esta, su porción de Pueblo de Dios, llamada también Diócesis. La del Santo Reino, la del Santo Rostro de Cristo plasmado en un lienzo con el que hoy nos ha impartido la bendición al terminar una hermosa Eucaristía en el más amplio sentido de la palabra: Acción de gracias por su pontificado y acción de gracias por haberle tenido al frente de este pueblo que camina en Jaén.

Le han contado al final cuánto le quiere -le queremos- los hijos de la Iglesia giennense. Y sé que es una realidad cierta y palpable, aunque, como ocurre con todo lo genuinamente bueno y hermoso, nunca hace ruido. Siempre “se oye” lo estruendoso de quien grita, sin conocimiento de causa la mayoría de las veces, o de quien grita por el ego herido o porque no se siente escuchado. No es fácil gobernar una Diócesis. El gobierno nunca es fácil, aunque sea el de la ínsula Barataria, que el pobre Sancho alcanzó y de la que al poco tiempo renegó, porque se consideraba incapaz de realizar su gobernanza sin que peligrara su pescuezo. Los estudios que estoy realizando me están llevando a esa conclusión: cuanto más conozco cómo funciona la Iglesia, más consciente soy de la dificultad que tiene ejercer la llamada “potestad de régimen” (es decir, de gobierno).

Un buen pastor nunca hace lo que le dicen las ovejas, sino aquello que conoce que tiene que hacer, a veces incluso tiene que castigar a la que, por sistema, intenta hacer lo que le da la gana, sin pensar en el posible perjuicio del resto del rebaño. Es el mejor ejemplo para comprender la tarea de un Pastor diocesano: no puede guiar el rebaño si cada oveja le dice por dónde tiene que ir; debe conocer su tarea y también el lugar al que se dirige, los demás deben ayudarle a ir hasta allí con todas sus fuerzas y conscientes de que esa es su misión.

Igual ocurre en la familia: el padre es quien dirige, quien decide -en conjunto con la madre- lo que se va a hacer respecto a todo. Los hijos no estarán de acuerdo con todas las decisiones que tomen los padres, pero también deben ser conscientes de que los padres conocen los motivos por los que deciden hacer tal o cual cosa, algo que los hijos siempre desconocemos. Los padres no pueden ser tan complacientes que permitan a los hijos hacer aquello que se les antoja, so pena de convertir la familia en un auténtico caos sin gobierno alguno.

Un Obispo es a la vez Padre y Pastor de todo el Pueblo de Dios que forma la Diócesis. Por tanto, habrá decisiones que gusten más y otras que gusten menos al común de los diocesanos, pero eso no significa que el timonel del barco no esté cumpliendo con la misión encomendada por el mismo Dios a través de la Iglesia, que lo consagró como Cabeza de una comunidad.

Hoy -vuelvo al hilo inicial- hemos dado gracias a Dios porque el que hasta ahora ha sido nuestro timonel, se “jubila”. Preciosa palabra, porque indica, por una parte, que va a recibir un más que merecido descanso, y por otra, que el júbilo por abandonar preocupaciones y dolores de cabeza le llevará a encontrar la paz y la serenidad, que, a su vez, le traerá mucha alegría, es decir, más júbilo. También hoy, los diocesanos de Jaén estamos jubilosos porque no sólo hemos dado gracias a Dios por un excelente, dedicado y entregado Padre y Pastor, sino que, por la sucesión apostólica, la bendita Iglesia nos ha regalado otro, que ya está haciendo las maletas para encontrarse con esta su esposa -como él la llama-, que arde en deseos de conocerle y ponerse a remar mar adentro al ritmo que él, con la ayuda del Espíritu Santo, marque.

Dios le bendiga siempre, Don Amadeo. Seguiremos rezando por usted. Bienvenido sea, Don Sebastián, estamos rezando por usted desde antes de conocer su nombre.

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