Lluvia ligera
Así caen los dedos de Ann Sweeten sobre su maravilloso piano en esta tarde gris y fría de finales de noviembre. Delicados, como pidiendo permiso a la música para hacerla sonar, de puntillas, como empieza la lluvia que de verdad te cala hasta los huesos.
Tarde de “por fin viernes” que da por terminada mi semana en
el trabajo. Otros, pobres, aún tienen que seguir con los preparativos del gran
día: mañana, sábado, 27 de noviembre y vísperas del Adviento, mi nuevo Pastor
tomará posesión de esta diócesis del Santo Reino, “su esposa”, como gusta
llamarla cada vez que habla de ella. Me gusta ese calificativo, al fin y al cabo,
en la Sagrada Escritura se narra la eterna historia de amor de Dios con su Pueblo;
el capítulo 62 de Isaías es especialmente bello: “Ya no te llamarán
Abandonada, ni a tu tierra Devastada, a ti te llamarán mi Preferida y a tu
tierra la Desposada, porque el Señor te prefiere a ti, y tu tierra tendrá
marido. Como un joven se casa con su novia, así te desposa el que te construyó;
la alegría que encuentra el marido con su esposa la encontrará tu Dios contigo.”
(Is 62,4-5)
Esta tierra de María Santísima, reino de olivos y de gente recia,
lo cual no quiere decir que no sepamos amar con el alma de par en par, le
espera con los brazos abiertos, como el campo espera esa lluvia ligera, serena
y tranquila que, sin prisa y sin pausa, la alimenta y prepara para dar sus
mejores frutos. Estamos preparados, querido D. Sebastián, para ponernos a trabajar
en esta nuestra parcela particular, cada uno en el puesto que nos asigne, para plantar
el Reino de Dios en esta Iglesia que tiene como reliquia y tesoro su Santo
Rostro, que cada año bendice los campos desde los cuatro puntos cardinales.
Tierra donde, una vez fue reconquistada del dominio árabe, se
plantó la cruz, donde todavía está colocada en lo más alto del cerro de Santa
Catalina, como guardiana de las gentes que viven a sus pies. Por más que se
quiera ocultar, Jaén es cristiana aunque, según los críticos de siempre, se le note
“poco”; lo que ocurre es que lo bueno no hace ruido, y lo que hace ruido raras
veces es bueno. La Santísima Virgen María también plantó sus pies en la ciudad
de Jaén, descendiendo en 1430 para visitar mi precioso barrio, en procesión, y
era “como la Virgen de la Capilla”, y con esa advocación se quedó: “Virgen de
la Capilla”, Santísima y Patrona de la ciudad. Desde el monte Cabezo también reina
sobre toda la diócesis; María, ruega por nosotros, por las cabezas que rigen
los destinos de este bendito pueblo, que sufre las consecuencias de una
pandemia, unidas a los problemas que ya arrastraba desde antiguo.
Ahora Anne me dice que está echando la mirada atrás, pero no
me apetece lo más mínimo hacerle caso. Quien anda mirando hacia atrás termina
tropezando y cayendo; no tiene sentido pensar lo que ya ha pasado y, por más
veces que se cuente, no va a cambiar. El pasado forma parte de todos y cada uno
de nosotros, queda perenne en el desván de la memoria del corazón, más o menos
agradecida, pero siempre como algo que el tiempo se encarga de ir cambiando
según avanzamos en la vida. Además, la memoria tiene una capacidad asombrosa de
reinventarse los recuerdos, que, al mismo tiempo que ganan viveza, pierden
veracidad porque los vamos adornando subjetivamente, de forma que raras veces termina
coincidiendo la realidad con nuestra personal adaptación histórica de aquello
que nos ocurrió, fuera bueno o malo. No. No quiero echar la mirada atrás, prefiero
mirar hacia adelante, hacia todo lo que me está esperando detrás de ese cambio
de rasante que es el presente, que solo te permite ver donde pones los pies
ahora mismo, pero no te deja atisbar lo que te espera a continuación.
Memoria, olvido, quizá sea mejor hablar de asumir lo pasado -fuera
como fuese-, sacar toda la enseñanza posible y usarla para vivir el presente y
para hacer frente a todo lo que nos pueda estar esperando a la vuelta de la
esquina. Empezaba hablando de una lluvia ligera y ahí vuelvo: a dar gracias por
una tarde fría de noviembre, de brasero y mesa camilla con apuntes de Derecho
canónico, de música suave que serena cuerpo y alma y me invita, una vez más, a
dar gracias a Dios por el inmenso regalo de la vida, de todos los dones con que
me dotó y me dota cada momento, porque estoy donde tengo que estar y porque amo
mi lugar en el mundo, con su cara y, sobre todo, con su cruz, porque la cruz me
hace parecerme más a Cristo, mi único Amor verdadero.
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