Again

Es decir, de nuevo, otra vez, héteme aquí que estoy con mi maleta puesta, preparada para tomar posesión de esta parcela de felicidad llamada Salamanca. Últimamente, mi cabeza ha reposado cada vez en un lugar diferente, y he de decir que me ha gustado la experiencia de tener diferentes vistas desde mi ventana al acostarme y al levantarme. Sin embargo, esta vez ha sido algo más que especial, pues la visión era la de un castillo de cuento de hadas, aunque ninguno de los edificios haya tenido jamás esa función en la ciudad.

De nuevo se agolpan sentimientos, recuerdos, vivencias y latidos del corazón por aquellos a quienes he conocido aquí y por los que se aposentaron en mi alma hace décadas, conformando lo que es mi familia “sin adn”.

De nuevo -again- la música llena mi tarde sin siesta y sin sueño para tenerla, porque me queda mucho por vivir y se agolpan las ganas de beberme el tiempo a tragos, de disfrutar de este otoño con mezcla de verano, lleno de hojas caídas por el suelo formando un puzle de diseño natural y divino por su belleza que recuerda lo caduco de mi existencia.

Beegie Adair me está cantando que es otoño en Nueva York, y su música me toca muy hondo; ay de mí, si la pieza fuese en Salamanca, directamente estaría en un shock de nostalgia, recuerdo y amores imposibles. Pero, afortunadamente, una ya pasó la adolescencia primera y segunda, y a estas alturas de la cincuentena mi corazón se estremece por cosas realmente serias, que me elevan el espíritu hasta Aquél que se adueñó de mi corazón con una caricia en mi alma para darle gracias cara a cara (ojalá) por el don de la música, de quienes la hacen sonar con tanta maestría y tanto sentimiento, hasta llegar a crear momentos realmente especiales en mi vida.

Siempre termino hablando de música, mezclada con mi experiencia y mi ser hija del Creador del mundo, ese Padre como no hay otro que me cuida y me mima desde el amanecer al anochecer y, además, vela mi sueño. La música, que expresa lo que las palabras no pueden y que provoca un torbellino de emociones en alguien con la sensibilidad a flor de piel, como lo es la que escribe, suscribe, firma y sella lo que estás leyendo. Sí. Soy más que sensible a casi todo, pero no por ello soy débil; más bien se trata de lo contrario, de la fortaleza que da la capacidad de ser tierno, acogedor y cariñoso con quien se acerca hasta mí.

La sombra de tu sonrisa, es lo que permanece en mí cuando te vas. Sí, es la letra del tema que ahora mismo suena en versión instrumental y perdidamente sinuosa. En ella permanece el halo del perfume de quien se ha ido y es especialmente querido para uno. Sombra y aroma que arrastran hasta el recuerdo reciente de los momentos vividos, de pensamientos más audaces que las palabras y muchísimo más que cualquier movimiento de manos o de ojos. Esa sombra que queda en el recuerdo y lo eleva hasta la idealización, en ese pedestal que nosotros mismos construimos para aquellos que nos son más que cercanos. Y ahí los dejamos, y enseguida pasamos de quererlos a adorarlos, con todo lo que ello implica de pérdida de sentido de realidad, de levantar los pies del suelo y caminar entre nubes, hasta que, un día, sin verlo venir, nos damos cuenta de que el pedestal es mucho más grande que la imagen que colocamos sobre él y que, quizá no fue una buena idea emprender ese camino, porque, al final, la perfección sólo existe en el cielo y allí, por ahora, no tenemos intención de llegar.

Por fin, dice Etta James en versión piano, y también lo digo yo. Por fin se estremece mi piel con la sola melodía de la canción y con la letra que Mrs. James le puso en su día. At last llegó la despedida, el último día, ese que quieres parar en su desarrollo para que no pase nunca, para que los momentos entre amigos se hagan eternos y para que esto no termine nunca… Pero siempre hay un final para todo en este mundo caduco y hermoso que se nos arrendó para cuidarlo y hacerlo mejorar gracias a nuestro esfuerzo.

“Al fin -dice la canción- encontré un sueño que puedo llamar propio, un estremecimiento que jamás sentí”. Así es, nunca sentí lo que experimenté, y experimento, cada vez que he de venir a esta hermosa tierra salmantina. Dios te bendiga siempre, preciosa ciudad. Dios bendiga a todos y cada uno de los increíbles amigos que he conocido aquí. Serán eternos como mi agradecimiento a Aquel que me los ha regalado.

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