Hoy
Todos los días se cumple el aniversario de algún hecho que marcó la vida de alguien. Para nosotros, pobres mortales que entendemos el tiempo como ese bien precioso que es imposible atesorar, que se escapa sin remedio de nuestras codiciosas manos, recordar una fecha es como revivirla, o, mejor dicho, y haciendo caso a la verdadera etimología de la palabra, traerla de nuevo al corazón. Para ello, nos subimos al desván de la memoria, buscamos entre las cajas mejor guardadas y más cuidadas y, de sus muchos objetos valiosos, extraemos aquel que fue protagonista de hoy hace ya una serie de años.
Con los mismos personajes, mismas situaciones, vienen
también al corazón escenas, imágenes, frases, sonidos, incluso aromas de aquel
gran día, de tal forma que una sonrisa asoma a nuestro rostro, deleitándose en
los sentimientos que provoca esa cascada de nostalgia.
Sin embargo, no siempre los hechos son alegres; también
existen momentos difíciles que dejaron cicatrices en el alma; hitos que
marcaron un antes y un después de que sucedieran. La tristeza que produjeron no
es obstáculo para que también esas fechas quedasen destacadas en nuestra propia
historia. Estas no traen la sonrisa, pero sí la nostalgia de aquél que se fue
para no volver, del lugar de más en la mesa cuando todos se reúnen para comer.
Las lágrimas son las compañeras habituales de estos recuerdos, mas no tienen
por qué ser amargas, pues a veces sirven de reclamo para todos los momentos
felices vividos con esa persona, que vienen para consolar e intentar paliar el
hueco que siempre estará, ese agujero negro en el alma que se traga toda la luz
que se le acerque y que hay que mantener vigilado, para evitar que la alegría
se escape por él. Solo conozco un modo de hacerlo: la acción de gracias por
haber podido conocer y disfrutar de su compañía el tiempo que se pudo hacer. No
es sano -ni aconsejable- empezar con las hipótesis de lo que pudo haber sido y
no fue, porque por ahí viene el desánimo y, justo detrás, el patillas haciendo
de las suyas y haciéndonos caer en una tristeza sin fin.
Hoy tengo dos hechos que celebrar: el primero, que ya son
tres años los que tengo a mi padre más cerca de lo que lo tuve en vida. Se fue
al cielo casi sin darnos cuenta, y desde aquel día lo siento conmigo en cada
instante de mi existencia: estudios, trabajo, celebraciones familiares, etc.
Siempre hay un brindis “por papá”, más que cuando vivía. Es curioso que mientras
están con nosotros, pensamos que los padres duran para siempre, que jamás los
perderemos. Pero no es así, y casi siempre, por desgracia, nos damos cuenta
cuando ya es tarde. No obstante, Dios me permitió poder despedirme de él y
quedarnos los dos en paz cuando abandonó este bendito mundo. Hoy es día de
acción de gracias por mi padre, por todo lo que me enseñó y por todo lo que me
amó, y sé que me ama y siempre me amará.
El segundo aniversario es también otra acción de gracias a
Dios, porque el año pasado por esta misma fecha estaba con mi maleta camino de Salamanca,
para iniciar, al fin, mis estudios de Derecho Canónico. Iba feliz y aventurera hacia
lo desconocido: tres trasbordos hasta llegar a la bellísima ciudad, en plena
pandemia, pero completamente feliz porque, además de los estudios, iba a
reencontrarme con una amiga -hermana más bien- a la que conocí allá cuando
estábamos empezando el bachillerato (casi en el pleistoceno).
Hoy, un año después, de nuevo doy gracias a Dios por el
inmenso regalo de mi vida, por todo lo que me ha pasado -bueno y malo- y por lo
mucho que he aprendido de todo ello. Gracias por lo que aún me queda por
aprender y por vivir, empezando por ahora mismo, porque todo lo que llevo
escrito ya es pasado y, por tanto, ya es recuerdo. Es curioso el poco caso que
le hacemos al presente, cuando es el único tiempo real que vivimos, cuando es
en sí mismo un regalo, como su nombre indica, y cuando es la misma vida que se
nos va entre las manos sin darnos apenas cuenta.
Presente, pasado y futuro humanos que son el eterno presente
de Dios, siempre vigilante y atento a lo que necesitamos, siempre amando a
fondo perdido y sin reserva alguna. No sé lo que me espera esta noche, ni
mañana ni pasado; sé lo que tengo que hacer porque tengo un trabajo y unos
estudios planificados, pero no necesito ni deseo controlar la agenda, ya la
lleva mi Padre Dios y lo hace a las mil maravillas.
Hoy celebro esencialmente la Vida, la que Dios me regaló cuando
se me dio a conocer y me presentó su plan para mí. No pude negarme, porque,
¿quién puede decir que no a la felicidad en esta tierra?
Comentarios
Publicar un comentario