Tetris

Mientras mi paciencia hace pesas gracias a la lentitud exasperante de mi ordenador, mi mente escudriña el momento oportuno para ir a buscarle un sustituto y darle a este un merecido descanso, que bien se lo ha ganado en el pasado curso.

Hoy es el último día de mis vacaciones anuales. Toca hacer balance y, también, comidas para el resto de la semana, en que ya volveré con la hora justa para calentarlas -o no- y servirlas. Parte esencial de este dispositivo culinario es colocar los tuppers en el congelador, de forma que quepan todos y luego sea fácil sacarlos. No las tenía todas conmigo, porque ya está bastante completo y lo de ergonomizar espacio no ha nacido conmigo. Sin embargo, todo ha cabido a pesar de que el “Tetris” no es un juego que se me haya dado nunca especialmente bien. Con la alegría de ver que había salido bien, sin tener que usar la fuerza, un expresivo “¡¡Gracias!!” ha salido de mi corazón mientras mis ojos miraban al cielo.

Porque así es como las gasta mi Padre, que siempre está ahí para echarme una mano hasta en lo más insignificante de la jornada. Aunque, ahora que lo pienso, un día está hecho de pequeñísimos detalles, átomos de cariño que van formando nuestras acciones con propios y ajenos, de tal manera que, cuando terminan esas veinticuatro horas diarias, podamos hacer recuento atómico y ofrecerlo a Dios como acción de gracias.

Emile Pandolfi me recuerda ahora una de las más bellas canciones jamás hechas y muchas veces aludida en este mi blog abierto al mundo: “Tal como éramos”. Triste como ella sola, y tan hermosa como triste. Un balance de lo que pudo haber sido y no fue justo porque ninguno de los dos quiso ceder un átomo de cariño al otro, para haber hecho posible una bella historia de amor. Recomiendo vivamente la película, con dos impresionantes caracteres en la piel de Robert Redford y Barbra Streisand. “Simplemente escogimos olvidar”, es la frase demoledoramente rotunda con la que resume la canción la ruptura de una relación que estaba llamada a durar para siempre, pero con dos personalidades tan tozudas que fueron incapaces de entenderse, aunque no dejaron de amarse, como descubrieron cuando, años después, se reencontraron. No he desvelado nada, porque solo se fastidia una película de suspense, no un relato que es imagen de muchísimas relaciones fallidas porque uno -o ambos- deciden que no quieren luchar.

Nuestros días son de abandonos fáciles y de búsquedas infructuosas de la felicidad, porque, precisamente, lo que de verdad vale la pena siempre cuesta muchísimo esfuerzo. La cultura que nos invade, eleva a los altares multimedia a los considerados triunfadores, según interese a los que manejan los hilos para llevarnos por los caminos que más les convengan, suele calificar por debajo de los estándares oficiales a todos aquellos que luchan por conseguir un mejor mañana para todos, esos que siguen sus propios criterios en vez de los establecidos por el ordenamiento de lo consensuado entre quién sabe quién y calificado como correcto. Los que disentimos de lo oficialmente establecido ahora (que ya no es “lo de antes”, como dicen algunos) pensamos que el ser humano es libre y ha de serlo siempre y en todo momento; libre para escoger entre todo lo que el mundo le ofrece y no entre el estrecho abanico de posibilidades que aparecen en una cultura globalizada, establecida, estandarizada y gobernada por ese “gran hermano” que es internet en sus múltiples tentáculos en forma de redes sociales. Es interesante la traducción de esas tres “www” que hay al inicio de toda dirección web: world wide web (traducida oficialmente como “red informática mundial”). “Web” significa “red” y también “telaraña”; en uno y otro caso, atrapan seres vivos con fines alimenticios para el dueño. Me recuerda ahora mismo la escena en que Frodo queda atrapado, colgando, en la pegajosa morada de Ellalaraña, Gollum canta lo que le espera al pobre hobbit y mientras vemos aparecer a esa monstruosa criatura, que viene a recoger lo que ha caído en su trampa.

Hoy también tenemos una gran trampa en forma de red, a nivel mundial, global y virtual, es decir, invisible de todas todas; no la vemos, pero nos condiciona la vida. Los “likes” -“megustas”, en español- se ansían por aquellos adictos al reconocimiento de los demás, publicando todo lo que saben que será bien recibido. Se vive en la red, virtualmente, y se sobrevive en la realidad, porque se le da más valor al mundo irreal a modo de un “matrix” redivivo que nos maneja y controla, o, al menos, eso intenta. Los actuales Sr. Smith, fabricados por la propia Araña de la comunicación, están al acecho de los disidentes, para bloquearlos y censurar sus publicaciones, consideradas políticamente incorrectísimas. Es menester ir despertando de este sueño para poner manos a la obra y arreglar el mundo real, ese en el que nos movemos cada día, en el que cada vez hay más injusticia social y menos caridad con aquel que se cruza en nuestro camino y que, casualmente, se llama “prójimo”.

Empecé hablando de un juego cuyo objetivo es colocar piezas pequeñas y de muy diferentes formas y colores formando hileras, y termino con una llamada a esforzarse por lo que de verdad importa y que es lo único real que tenemos: trabajar para que todos los seres humanos encajemos en este hermoso mundo, regalo de Dios a sus criaturas. Stan Whitmire me regala el oído con la mejor canción posible para terminar este post, que, mire usted por dónde, irá al mundo virtual, donde no todo es malo. Para ustedes, “What a wonderful world”. A ver si es verdad y entre todos lo conseguimos. Dios os bendiga, amigos cibernéticos.

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