I dreamed a dream
Es una de las más hermosas canciones que jamás he escuchado en un musical. Hermosa por lo triste, por lo real de aquello que cuenta y que, por desgracia, ha pasado (y pasará) millones de veces en la historia de este bendito mundo que pisamos. Pensé que todo iba a ser maravilloso, pero la realidad de una mentira se ha encargado de echar todos mis sueños por tierra, viene a decir la pobre chica que la canta. Un melodrama más, pero no solo es eso, es el lamento por el amor humano decepcionado, ajado y despreciado por quien solo se queda con la flor del instante y desaparece ante el menor atisbo de responsabilidad. El amoroso es de los peores fracasos a los que se puede enfrentar una persona, porque implica a todo su ser; no se puede amar a medias, o lo haces, o no lo haces, y, cuando te entregas al cien por cien, es dar un salto de fe… a veces sin red.
Curioso sentimiento el amor: química emocional al principio,
hasta que llega ese mágico instante en que los dos corazones consiguen un
latido unísono y rítmico de tal belleza que les hace pensar que siempre será
así, que no les afectará ninguna circunstancia adversa, que los problemas les
pasan a los demás. Esa enajenación mental transitoria que deja a la razón y a
la inteligencia gritando y aporreando la puerta del corazón como Pedro
Picapiedra al final de cada episodio.
Night
and day you are the one, suena ahora mi querida y admirada Beggie Adair (album “By Myself”). Otras
palabras de enamoramiento que también ruborizan alguna oreja que otra cuando se
usan con ese tono susurrante que derrite a las piedras: “Día y noche eres la
única”… y vamos y nos lo creemos porque queremos y, seamos sinceras, nos
apetece muchísimo creérnoslo. A veces incluso es verdad. No, no penséis que soy
una cínica escarmentada del amor; todo lo contrario, sigo manteniendo que es el
mejor regalo que Dios nos ha hecho a los seres humanos. Encontrar el compañero
perfecto es algo maravilloso, pero no siempre se consigue a la primera y,
además, hay mucho sinvergüenza suelto y mucha incauta. El amor ha sido tantas veces
cantado y confundido con el enamoramiento, con esas reacciones físicas de
nuestro cuerpo en las primeras fases, que ahora es un gran desconocido para el mundo.
Las redes sociales lo venden para San Valentín en forma de
frases hechas y romanticonas, a veces insufriblemente cursis, y no digamos ya
esas pastelosas películas que terminan siempre bien tras una ineludible pelea
entre los presuntos enamorados, siempre interrumpidos cuando van a darse ese
primer beso hasta tenernos como si estuviésemos en la tanda de penaltis de cualquier
campeonato de fútbol. Sin embargo, el amor entre un hombre y una mujer es mucho
más que un sentimiento; ciertamente, comienza con las emociones a flor de piel,
mariposas estomacales y demás parafernalia fisiológica, fruto de esa primera
reacción química que tiene lugar cuando se cruzan las miradas y los ojos se
paran en seco, llegando a lo más hondo del alma del otro y de la de uno mismo.
Eso solo es el principio de todo. A partir de ahí ya empieza
la razón a hacer preguntas a su amigo el co-razón para ir valorando si de
verdad las nubes huelen y si es posible andar una cuarta por encima del suelo. No
obstante, esto no implica que desaparezca lo que ya existía (ese nerviosismo
cuando estamos esperándole o cuando suena el teléfono, pongo por caso); se
trata de una profundización en lo que sentimos y vivimos, la emoción pasa a
sentimiento y éste a voluntad de conocer al otro más y más cada vez. Y,
queridos amigos, cuando la señora voluntad asienta sus reales, es cuando de
verdad se ama al otro, porque ella se guía por lo que le dice su amiga la
inteligencia, que va aprendiendo cómo es el otro, sus reacciones, gustos, palabras,
formas, modo de tratarnos, etc. La inteligencia hace el juicio que la llevará a
decir a la voluntad sí o no a ese amor que se nos ofrece, que estamos empezando
a sentir, y a partir de entonces comienzan las palabras mayores y los proyectos
de futuro posible. Un amigo dice que nadie puede elegir de quién se enamora,
pero sí tiene la posibilidad de decidir lo que hace con ese enamoramiento que
siente. No puedo estar más de acuerdo con él.
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