Momentos

 No se me ocurre otro modo de titular lo que ahora mismo sale de mis manos. Mis ojos chirrían y crujen de puro cansancio y apenas son las nueve y media de la noche. Me encuentro en uno de mis lugares favoritos, la cuna de mi reciente felicidad y la causa motiva de mi más efusiva y profunda acción de gracias a Dios por tan inmenso regalo.

El piano de Ann Sweeten me regala el oído mientras escribo, y mis dedos se mueven como remedo de pianista, poniendo letras a la música de mi alma. No he sentido más sensaciones en menos tiempo en toda mi vida. Sé que hay una persona realmente especial esperando a leer justo lo que viene a continuación: perplejidad, asombro, todos los sinónimos posibles, incluida la extraña sensación que se tiene cuando las palabras huyen despavoridas de los labios y se esconden detrás de Ti, mi Dios y Señor, porque tienen miedo de profanar el momento de arrebato y sobrecogimiento interior. Jamás vi nada igual; estatuas silentes, ingentes, serias, adustas y eternas en su ciclópeo granito franqueaban mi pequeña figura; ángeles tristes y oscuros, nada que recordase el más mínimo atisbo de alegría o de felicidad. Todo tan grande, tan terriblemente maravilloso.

Y, en medio de todo, pequeño, casi invisible para cualquier ojo humano en medio de toda la oscura magnificencia que lo rodeaba, Tú. Solo Tú. Una pequeña custodia -diminuta y casi perdida en el gigantesco espacio- presidía todo; la luz se concentraba en Ti, solamente en Ti, única fuente de paz y de serenidad, de la alegría anterior que mana de tu abrazo inmenso, cálido y consolador ante tanto dolor, ante tanta culpa escondida en los rincones de bandos caídos y hundidos en los abismos de la sinrazón humana.

Así es. Eres luz que vemos los que queremos verla; luz que aceptamos los que te aceptamos como Dueño y Señor de nuestras vidas. Pan Vivo, bajado para ser parte de nosotros y para llevarnos a la felicidad que no se termina. Poco importa el escenario, porque la realidad de Tu Presencia se impone siempre; no hay nada ni nadie que pueda oscurecer tu luz; por pequeño que sea el lugar que te dejemos, siempre oscurecerás al sol. Mi Cristo, mi Jesús, mi Amor Absoluto y verdadero, que te das y te entregas cada día sin mirar las consecuencias, sin pensar en mis traiciones, en mis plantones y en mis huidas insensatas.

Estabas pequeño, pero no invisible. Allí. Mi mirada se perdía en la inmensidad de la granítica mole, buscando los porqués que aún se preguntan miles de almas perdidas en la oscuridad de la historia; pero mi corazón sí sabía dónde estaba: centrado en Ti, mirándote como sólo puede hacer una mujer enamorada del amor más grande, cierto y absoluto que jamás podrá encontrar.

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