Ausencias

 Miércoles. Fin de clases y no sólo semanales, sino de semestre también. Esto significa dos cosas: he llegado a la mitad del curso académico con vida y mi situación psicológica relativamente estable, y que el lunes próximo me las veré con mi primer examen oficial de Derecho Canónico. Ahí queda eso…

Semana de gélido frío en la bella Salamanca, en la que, mientras las temperaturas exteriores se desploman inmisericordes, mi situación interior se eleva a los cielos. Al margen de las histerias lógicas de los exámenes que me están mirando con inquietante fruición, mi situación actual es de sentirme en mi medio, navegando en un océano desconocido pero extrañamente acogedor, en el que los compañeros de viaje van aumentando y me hacen recordar aquellos tiempos de mis primeros años universitarios, allá por el siglo pasado.

Siempre lo he mantenido: la vida de estudiante siempre será la mejor, exámenes incluidos; porque la angustia de prepararlos, verlos venir y sufrirlos multiplica exponencialmente el gozo de los buenos momentos compartidos con los amigos. Yo tengo la inmensa suerte de ser una hija muy mimada de Dios, quien se ha encargado de poner en mi camino unos compañeros de travesía absolutamente geniales en su particular locura. Habéis de reconocer que hay que estar un poco -bastante- tocado del ala para meterse a estudiar estos líos canónico-jurídicos cuando uno ya es talludito y tiene, además, como tres millones y medio de cosas que hacer además de preparar trabajos, resúmenes, presentaciones, lectura de artículos y sus correspondientes recensiones, etcétera, etcétera, etcétera.

Bendita locura compartida, la que nos hace condiscípulos e incluso consortes (en el sentido más etimológico del término, que nadie se me asuste), es decir, compartimos la misma suerte, aunque con varios años de diferencia. Y esto es lo realmente hermoso: distintos cursos, asignaturas, dedicaciones, y cada uno con sus propias tareas, que se quedan de lado en cuanto otro necesita ayuda. Esta es la grandeza de mi querida Iglesia: la riqueza de la diversidad, de ser todos completamente distintos y, desde nuestra singularidad, hacer posible la unidad; ser todos uno, remando en la misma dirección y hacia el mismo puerto.

No sé cuándo podré volver a escribir en el blog. Espero que sea pronto y será buena señal. También yo estoy preparando exámenes -la ciencia infusa no existe, no la busquéis que es un mito más- y esa es la razón de haber tardado tanto en escribir una nueva entrada. No es que haya perdido la pasión por escribir, sino todo lo contrario. Sin embargo, el día tiene las mismas horas que antes y a mí, con tanta cosa, no me ha dado para más. Ahora mismo, mientras intento hacer tiempo antes de ponerme a hincar los codos a base de bien, he aprovechado unos minutillos para ponerme a las teclas y matar un poco mi gusanillo de escritora. Sí, lo soy; ea, ya lo he dicho: soy escritora, porque escribo y, debo confesar, me encanta hacerlo.

Como decía el inefable Gandalf, ¡A más ver, amigos! ¡A más ver!

13 de enero de 2021

Comentarios

Entradas populares