Es Navidad

 Es Navidad. Un día especial donde los haya, independientemente de si eres o creyente, porque en cualquier parte del mundo, de este globalizado y uniformado mundo, el sol luce hoy de una manera diferente. Solsticio de invierno, cambio de estación y momento en el que los días comienzan a crecer, al principio de modo casi imperceptible para el ojo humano, hasta que un día nos damos cuenta de que ya es de día cuando salimos para trabajar y que, cuando volvemos a casa, aún queda algo de luz solar.

Independientemente de si Jesús de Nazaret nació o no el 25 de diciembre; de si hubo un buen fraile que se devanó los sesos intentando descubrir cuándo nació de verdad, y, para alivio de sus penas, se equivocó en seis años, pero tantos siglos después, ¿quién iba a parar el tiempo para poner otra vez el contador a cero? Gracias, Dionisio el Exiguo, de la tribu de los bajitos de cuerpo pero grandes de alma. Dios te bendiga por las horas que dedicaste al cálculo para hacer aún más real el nacimiento del Hijo de Dios en la tierra.

Independientemente del acierto o no de la fecha, digo, lo real y verdadero es que el día de Navidad los recuerdos arrebatan el presente para trasladarnos hasta las Navidades pasadas, aquellas en que aún nos dominaba la inocencia y la alegría poblaba las casas, llenas de abuelos y familiares, en aquel día cuando se detenía el reloj y no había prisa para quitar la mesa, porque las conversaciones y las risas la llenaban mientras el jolgorio de los críos, corriendo y jugando, convertían las familias en un divino gallinero de felicidad sin fin.

Los fantasmas de las Navidades pasadas nos quitan el sosiego en las presentes, hoy repletas de ausencias por la distancia o por las partidas hacia la casa del Padre. Desgraciadamente, este año las últimas son mayoría a causa de la pandemia que nos asola. Estas sí que son breves, apenas tomamos conciencia de que están, cuando ya han pasado. Lo que era arreglo, brillos y risas pronto queda reducido a ecos y ajuar para limpiar. Lo vivido hoy se escapa para nutrir las pasadas, para dejar solamente lo bueno para recordarlo durante las próximas y brindar por aquellos que estuvieron y ya no están, que nos han hecho llegar a ser lo que ahora somos. No hay que estar triste, ni decir eso de “la Navidad es para los niños”; la Navidad es para todos. Cristo nació por y para todos, los de antes, los de ahora y los que vendrán algún día. Ciertamente, el nacimiento del Hijo de Dios ocurrió una vez en la historia y ninguna más; pero de lo que ahora se trata es de acogerlo en nuestro corazón (frase muy de moda este año en Facebook, por cierto). Él viene a cada instante ante nuestra puerta y llama, para ver si le queremos abrir y dejarle pasar.

La Navidad celebra un único acontecimiento, ocurrido hace más de dos mil años; pero cada año, cada día, cada instante, tenemos la oportunidad de limpiar nuestra alma para dejar que Cristo habite en ella -de niño o de mayor, a Él no le importa la edad-.

En el cuento de Dickens, el fantasma de la Navidad futura es el más aterrador de todos; de hecho, no tiene ni siquiera cara, lo cual contribuye a dar aún más miedo. Quizás sería bueno hacer un acto de adivinación y pensar en las próximas nuestras, si queremos que ocurra como en el cuento o, por el contrario, podemos empezar a cambiar desde ya, limpiando de cachivaches y chirimbolos inútiles nuestra pesada alma, y dejar que sea Cristo quien la llene, plenifique y renueve con su sola presencia. Creo que merece muchísimo la pena hacer un acto de humildad, reconocer que tenemos nuestra vida llena de cacharros que sólo sirven para estorbar y liberarnos de una vez, pidiendo perdón desde lo más hondo del corazón por todo aquello que hemos hecho mal y por todo aquello bueno que dejamos de hacer (que, probablemente sea mayor que lo malo), dejándonos perdonar por Dios para que el sol que nace de lo alto nos visite y disipe las tinieblas de nuestro corazón. Entonces no sólo saldrá el sol, sino que siempre será mediodía. Feliz Navidad.

25 de diciembre de 2020

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