Cozzy
En este 4 de diciembre, inicio de mega-puente y de mil millones de planes para llenar esas pocas horas que va a durar en realidad, me asalta la música “cozzy”, un jazz suave, dulce, que me envuelve melosa y cálidamente en esta tarde de otoño tardío, en la que mis pobres vaqueros se están secando después del chaparrón -literal- recibido merced al traicionero viento giennense.
Es viernes por la tarde y el ambiente que reina en mi precioso
hogar me invita a tomar un buen libro y, con esta banda sonora, dedicarme a uno
de mis mayores placeres: leer sin pensar en que me tengo que aprender definiciones,
hacer una síntesis o exégesis, o pensar en setenta y siete supuestos que
pudieran ocurrir y en sus posibles e hipotéticas soluciones. Sí; adoro leer,
reconozco que es una de mis mayores fuentes de conocimiento inmediato y,
además, es el interruptor de mi red de asociaciones de ideas (eso sí que es una
intranet, y no lo que venden por ahí); ese increíble e inenarrable mapa de
autopistas, carreteras y vías secundarias que anida en mi cerebro y llega hasta
mi alma, pasando por mi corazón. Hace un par de años, cuando comencé esta
segunda carrera universitaria, le confesé a un profesor que mi memoria ya iba
dejando bastante que desear y que los años no perdonan; “pero no te haces idea
la capacidad de reflexión que tienes”, fue su respuesta. Y tenía toda la razón;
jamás imaginé que el retomar hábitos de estudio pudiera tener tal “efecto
secundario” y que influiría hasta ese punto en mi trabajo diario: si antes ya
era resolutiva, porque la experiencia de trabajar manejando problemas y
buscando las soluciones más favorables, ahora lo soy aún más. En este curso, los
profesores me están poniendo en la tesitura de tener que resolver no ya
supuestos prácticos -que también- sino cuestiones de mi propio estudio. Un
montón de tests, tareas escritas y el tener que tomar apuntes, descifrarlos y
completarlos me está dando una destreza desconocida en buscar y encontrar
soluciones, paralelismos, fuentes, referencias, etc., que ni Siri en sus
mejores tiempos.
Llevo apenas un trimestre de estudios y jamás pensé que
ganaría tantísimo y que tendría que dar tantas gracias a Dios por todo lo que
estoy viviendo. Para empezar, una clase con compañeros increíbles e
indescriptibles, únicos en sí mismos y absolutamente geniales en todos sus
dones. Nos estamos riendo dentro y fuera de clase, estamos aprendiendo idiomas
mutuos -y, si no, nos los inventamos, que ya puestos…- y, lo más importante,
estamos llevando a la práctica un consejo que nos dio un gran profesor el
primer día: “Vais a ser familia, no lo olvidéis”. Y en ello estamos,
independientemente de los resultados de los exámenes de enero, que ya se ven en
lontananza, somos un grupo y nos ayudamos gracias a nuestro entrañable whatsapp
de clase. Aunque la distancia nos impida estar en clase a causa de la pandemia,
el estudio online y la asistencia a las clases, que se retransmiten en
riguroso directo, son un apoyo no sólo al aprendizaje, sino a la hermandad
creciente entre nosotros.
Jamás pensé que a mi edad podría tener una nueva juventud,
volver a pasear libros y a hacer exámenes, a ponerme histérica ante una exposición
en clase (¡Lola, a tus años!) o ante la inminencia de algunas pruebas que
tienen más de tortura prohibida por la Convención de Ginebra, que de examen de
conocimiento en sí. Pero hemos de ganarnos el cielo aquí, y supongo que esas “masacres”
nos quitarán algo de purgatorio; al menos, así lo espero.
Gracias, Dios, mi Padre del cielo, que me mimas continuamente,
regalándome tanto amor gratis y a granel, sin medida y sin pedir correspondencia.
Aunque quisiera, no sería capaz de devolverte el amor que recibo de ti; soy
humana, carne y hueso, barro de botijo como aquel Adán que te inventaste y que
salió respondón. Gracias, perdón y ayúdame más a parecerme a Ella, a la Señora,
a aquella niña que te dio su sí sin mirar las consecuencias de lo que iba a
suceder, porque no le importaban tanto como estar contigo y adherir su voluntad
a la tuya. María, la Llena de Gracia, la Madre del Amor Hermoso, la bella entre
las bellas, la que me lleva de la mano cada día y me ayuda a escoger caminos y
también personas, no me dejes nunca de tu mano y vente conmigo a clase, porque
también hay sitio para ti allí. De hecho, te solemos invocar antes de algunas
materias; me hace ilusión tenerte de compañera de primero y, si Dios quiere, el
año próximo de segundo, y, así, hasta que terminemos los estudios de ahora. Y
luego… luego Dios dirá, porque a mí también me importan bien poco las
consecuencias de decirle que sí. Por ahora, nos quedamos aquí, viernes, cuatro
de diciembre y mi árbol de navidad se está empezando a poner nervioso, igual
que las figuras de mi belén. Ya mismo, chicos, paciencia, que sólo quedan un
par de días.
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