La espera

 Visto y comprobado. Lo más difícil hoy es saber esperar, tener la paciencia necesaria, adecuada y suficiente para que cada acontecimiento, situación o, incluso, guiso, termine de hacerse a su propio ritmo, que es, casualmente, el mejor y único modo de que salga bien de verdad.

Todo lo queremos a la de ya -yo, la primera- y no podemos soportar ni un segundo de dilación; de hecho, ni siquiera aguanto el equivocarme en las teclas del ordenador, que -pobrecito él- a veces no sabe por qué le doy semejantes golpes. Como si pisando con más fuerza, las letras salieran más deprisa en la pantalla. No estoy enfadada, ni muchísimo menos, pero sí me he descubierto absorbida por el estrés en mi tercer día de vuelta al trabajo. Me resulta increíble lo rápido que se me ha pasado el efecto vacaciones. ¿Demasiado gamberreo en mi tiempo libre? Puede ser. ¿La mucha tranquilidad ahora me pasa su impagable factura? Es posible.

En todo caso, mientras mi mente va rápida, indicando qué escribir, percibo la inquietud dentro de mí. ¡Por Dios bendito, que no me dé un infarto! Aún tengo mucho que hacer sobre esta tierra, más que aprender y muchísimo más aún que regalar a todo aquel que se me cruce en mi camino. Probablemente se trate de los nervios porque agosto termina y septiembre viene, raudo y veloz, a instalarse en mi vida. Con él vendrá -Dios mediante- otro cambio casi radical en mi vida. Continúo mis estudios, pero esta vez será lejos de casa y durante bastante más tiempo que en ocasiones anteriores. Sé que todo va a salir bien, estoy segura de ello, pero la emoción y la ilusión por reencontrarme con una maravillosa mujer a la que hace demasiados años que no veo, sumadas a todo lo que implica poder ponerme, al fin, con mi amado derecho canónico, constituyen un cóctel de excitantes que ni la cafeína concentrada. En resumen, que estoy atacada, como cantaba la Martirio hace tantos años.

Me río mientras escribo, porque estoy para grabarme, con tanta ansiedad y tanta intensidad emocional. Llevo unos meses en los que tengo los sensores demasiado atentos a cualquier estímulo externo o interno; la música me provoca de todo y consigue que las lágrimas afloren, veloces, cuando la melodía o el cantante de turno consiguen transmitir eso tan indescriptible que porta en sí una canción. Lo cierto es que todo está relacionado entre sí, todo forma parte de esa vida maravillosa que disfruto, en la que continúa habiendo luces y sombras, aunque las segundas son menos que las primeras, gracias a Dios y a que Él mismo me ha enseñado cómo interpretar la oscuridad, e incluso hacer de ella un lugar agradable en el que estar, donde la ausencia de luz sólo implica una mayor intimidad para disfrutar una música o una buena película, o ese indescriptible silencio en el que Él me habla de amor.

Quedan escasos cinco días de este extraño mes de cambios, esperanzas, novedades, reencuentros y despedidas. Hacer balance me resulta un tanto difícil por la variedad de escenarios, personajes y tramas. En el gran teatro del mundo están pasando muchas cosas, hay cada vez más pájaros de mal agüero, vaticinando infortunios e incluso apocalípticas visiones de finales del mundo en diversos modos y tiempos. Somos incapaces de distinguir una sola verdad entre tanto barullo de datos, números, pronósticos, opiniones y -¡cómo no!- mentiras. Yo sólo tengo clara una cosa: menos horroróscopos y más vida, no puedo permitirme el lujo de calentarme las neuronas con lo que no alimenta nada, sino todo lo contrario. Soy hija de Dios, querida y mimada por Él; el mundo está fatal, sí. Pero como lo ha estado siempre. El problema es que ahora la fatalidad la tenemos en la puerta de la calle, esperando a ver a quién le toca; la ruleta rusa de la pandemia no distingue razas, credos ni economías. Esa es la realidad, y también es cierto que no tenemos a dónde huir de ella. Hay dos opciones: encerrarse en casa y vivir encogidos, o, con toda las medidas de seguridad necesarias, continuar con nuestra vida y dar gracias por el milagro de amanecer vivos un nuevo día. Personalmente, voto por lo segundo y así continuaré haciéndolo.

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