Inexplicables razones

Todo ocurre por una inexplicable razón: el modo en que me levanté hoy, cómo se ha desarrollado una mañana, ejerciendo a medias entre equilibrista y bombera, cómo mi casa se ha convertido en zona de guerra entre albañiles, pintores y demás ejército sembrador del caos doquiera que va, incluso el que ahora mismo esté sentada en el único rincón habitable de mi hogar, escribiendo esto, sin saber cuánto va a durar la batería del portátil o si le dará por quedarse bloqueado y nadie verá la luz de estas mis palabras, aparte de mí, claro.

Llevaba yo unos días que no se los deseo ni a mi peor enemigo -en el caso de que exista alguno, cosa que desconozco-; ni siquiera había encontrado un rato de paz y tranquilidad que no fuera perturbado por malos pensamientos relativos a la vuelta a la normalidad y a la paz en mi hogar. Lo he comentado una y mil veces con quien vela por mis días, y también a mi querido padre, que ya habita en las moradas eternas, le he pedido ayuda en estos días de desconcierto y desquicie.

De repente, sin esperarlo, una de las mayores sorpresas de mi querido Padre del cielo (Él y sus cosas) me ha hecho ahogar un grito de júbilo dentro de mi pecho; un grito de tal calibre que casi consigue hacerme implosionar y reducirme a polvo. Uno de mis mayores sueños, se ha hecho realidad: he sido admitida para cursar estudios en una de mis universidades soñadas. Sí. Mi sentimiento ha sido como el de una jovencita que va a iniciar sus estudios y se encuentra la carta al volver a casa. Solamente me queda una respuesta para poder realizar la matrícula y comenzar, Dios mediante, en septiembre mi nueva andadura, y esta vez será en un lugar que me enamoró la primera vez que lo conocí, hace la friolera de muchísimos años. Para rematar el gozo, estaré con una de las mejores personas que jamás he conocido, uno de los primeros regalos que Dios me hizo cuando empecé a salir del cascarón. La vida nos separó y ahora, tiempo después, volveremos a encontrarnos; tendremos más años encima, pero la alegría no sólo no ha cambiado, sino que ha aumentado, pues la vida, además de las cruces, nos ha regalado mucho bueno.

Dios sabe por qué hace las cosas, por qué hoy y ahora. No voy a preguntarle, porque sé que Él me dará la razón cuando estime conveniente, que será el mejor momento para mí. Por lo pronto, voy a intentar bajar del séptimo cielo, que es a donde he subido al recibir esta mañana la carta que me hacía aún más feliz de lo que ya soy. Por supuesto, todo esto será celebrado convenientemente y en la debida compañía a la mayor brevedad posible; si algo tengo, es que no perdono una celebración ni una fiesta; más aún, en estos casos y al tener amigos de lo más variopinto, me veo en la obligación de hacer más de una reunión festiva en torno a buenas viandas y mejores bebidas.

Tengo la certeza de que mañana también tendré mi buena ración de equilibrismos y de fuegos que habré de apagar sin falta y es posible que también sin ayuda por parte de nadie. Sin embargo, nada podrá nublar la experiencia de hoy, 22 de julio de 2020, que se quedará para siempre grabada en los anales de mi memoria. Bendito sea el Señor, que me ha permitido ver este día; bendito sea mi padre, habitante del cielo, que está haciendo todo lo posible para que mi vida sea mejor cada día.

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