Efemérides

Días estos de mucho calado en mi alma. Coincidencias, causalidades de esas tuyas que me regalas, porque conoces mis gustos, mis afanes, mis más profundos secretos, mis deseos más vitales. Me conoces tan bien, que sabes cómo tocarme el corazón con números, a mí, que soy más de letras que un diccionario. Números que me dicen a veces mucho, otras, todo. Y ese es el caso de hoy. Has acariciado mi alma desde la víspera de hoy: anoche, la lluvia repicaba la nana que me llevó hasta el más profundo sueño infantil.

Esta mañana, primera madrugada en dos meses para verte, sentirte, palparte y comerte; para hacerte mío, todo y solo mío, parte de mi cuerpo y de mi alma… durante unos minutos. Luego te fuiste y me dejaste al único que puede consolarme en tu ausencia real, mi nuevo amigo del alma, mi Septiforme favorito, mi compañero de locuras, ideas, imaginaciones y proyectos sin fin. Queda ya muy poco para celebrar su fiesta, un par de semanas y estamos en Pentecostés: cuando se abrieron los ojos de los miedosos y sus lenguas cantaron tu gloria en mil idiomas diferentes, que en realidad es uno solo: el del Amor absoluto y gratuito.

Hoy es domingo, ya queda poco del día, pero no me importa que mañana sea lunes. Este fin de semana, desde el mismísimo viernes por la tarde, está siendo de los más intensos de mi vida reciente. No puedo explicar el porqué, porque ni yo misma alcanzo a descubrirlo. Sólo sé que así está siendo, y eso me basta. Porque el Amor no entiende de porqués; él, en sí mismo, es ya un porqué que abarca infinitas respuestas. “La única respuesta es el amor”, le oí decir al actor que hacía de San Pablo en una estupenda película. Es cierto. No hay más respuesta posible que esa a todas las preguntas del mundo, a todas las ansias de revancha, a todos los males, físicos y psíquicos. Sólo el amor puede responder a cualquier pregunta: por amor se puede hacer cualquier cosa (buena o mala), por amor se puede aceptar todo lo que nos pase, sólo con amor se puede vencer al mal propio o ajeno. Sólo el amor es el que puede mantener este mundo en pie y hacerle alcanzar la felicidad.

La felicidad. Tan escondida dentro de cada uno de nosotros, que somos incapaces de encontrarla. Está dentro de nuestro corazón, detrás de una puerta que sólo puede abrirse con el amor: amor que acepta al otro tal y como es; amor que es capaz de ponerse en el lugar del otro y comprender o aceptar que haya metido la pata; amor que reza por quien nos hace el mal, para que se dé cuenta y cambie de actitud; amor que es justicia con aquellos que nos aman y nos han cuidado desde siempre (nuestra familia); amor debido a quien nos eligió para compartir nuestra vida para siempre; amor al Creador de nuestra existencia, a Aquel que nos enseñó a amar desde la entrega absoluta y total, muriendo en lugar de quienes merecíamos estar clavados en aquella cruz por todos nuestros males. Felicidad y amor, ninguno puede existir sin el otro. Dice San Pablo en su “Himno a la Caridad” (1Cor 13), que desaparecerán la fe (porque veremos a Dios cara a cara) y la esperanza (porque ya habremos conseguido estar con Él), solamente quedará el Amor, y éste por y para toda la eternidad. Merece la pena optar por él y hacer todo lo posible por estar allí.

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