Viernes
Querida María:
Hoy me dirijo a ti. Lo hago por carta, porque soy incapaz de mirarte a la cara para pedirte perdón. Aún resuenan en mi cabeza los ecos de lo que ocurrió anoche, ruidos, palabras que aún no consigo asumir, porque no me creo que esto me esté pasando a mí. Le oigo, como en sueños, pedirme que no me duerma, que le ayude con mi oración... No comprendía para qué me pedía aquello, cuando lo que tenía que haber hecho era obedecer sin rechistar y porque le amo; ahora más que nunca soy consciente de mi amor por él. Le fallé. Así lo digo y lo reconozco, sin excusa posible; tuve miedo, me venció el sueño, la desgana, el que aquello pasase hace casi dos mil años, que está muy lejos, que sólo es un recuerdo... que lo hagan los que están para eso... Podría llenar muchas páginas con pretextos, que sólo servirían para aumentar mi ya abultada culpa.
Perdóname, Madre, perdóname por no saber estar a la altura de lo que debo ser. No digo hacer, porque no se trata de "hacer" cosas, sino de ser de verdad consecuente con lo que digo que soy. Tú estabas -estás- tan unida a él que llegaste a ser uno con tu Hijo en aquella noche en que lo prendieron porque alguien le traicionó, uno de los suyos (las mentiras que más duelen siempre vienen de aquellos a los que amas). ¿Cómo pudiste hacerte uno con sus sentimientos? Enséñame a configurarme así con él, a que mi voluntad se adhiera a la de Dios Padre como tú hiciste con aquel primer "hágase" de tu historia particular de amor con Él. Bien te dijo Simeón que una espada te traspasaría el alma, aunque no creo que pudieras imaginar hasta qué punto, hasta que fuiste consciente de cómo se había enrarecido el ambiente en torno a Jesús, de cómo le despreciaban en su casa, y de cómo le tendían trampas continuamente para así poder arrestarle y que no pudiera seguir abriendo los ojos a tantísimos ciegos de alma y de cuerpo.
Hoy es Viernes Santo. Hoy se sacrifican los corderos en el imponente Templo de Jerusalén para celebrar la Pascua mañana. A Jesús le quedan pocas horas en la tierra, está sufriendo el inhumano castigo de los veteranos de la torre Antonia, en su mayoría condenados que eligen el ejército en lugar de la ejecución directa, porque así pueden vivir algo más de tiempo, pero delincuentes al fin y al cabo. Están disfrutando mientras le flagelan sin piedad, se ríen y se ensañan con un judío al que pueden castigar a sus anchas. Casi le matan, pero aún queda otro trago que pasar, el más duro. Mi madre tiene un dicho para cuando se termina una tarea para la que uno se cree incapaz: "Por fin hemos puesto la cruz en el Calvario". Pues, bien, de eso se trata y por ahí viene el origen del refrán: todo se habrá cumplido cuando, dentro de unas tres horas, se clave la cruz que Él mismo llevará a cuestas, con la imprescindible ayuda de Simón de Cirene, que pasaba por allí y no tenía nada que ver con la historia; pero las sorpresas de Dios son así, y le tocó a él. Y allí mismo, ayudó a Jesús, quien, con una serenidad en la cara que debía sobrecoger, le miró, y entonces Simón, como otro ciego más, vio y creyó. Nunca quedará sin recompensa cualquier gesto con el Hijo de Dios.
María, querida Madre, obtenida en herencia en aquel primer Viernes Santo, ayúdame a contemplar a tu Hijo con tus ojos, a poner mi sufrimiento junto al suyo, mis lágrimas con las tuyas como ofrenda agradable a Dios, porque, desde lo más profundo de mi alma, elevo al Señor mi súplica, envuelta en ellas; le entrego mi egoísmo, mi miseria, mi soberbia y mi pecado para que mueran con él en la Cruz, en esa madera que es redención del primer árbol que nos trajo la perdición y la muerte.
Querida, queridísima, María, Madre del Amor Hermoso, escarnecido y clavado en la cruz, consuélame en mi aflicción, ayúdame a ayudarle a Él. Sé tú, auxilio de esta cristiana y refugio de esta pecadora que acude a ti.
Hoy me dirijo a ti. Lo hago por carta, porque soy incapaz de mirarte a la cara para pedirte perdón. Aún resuenan en mi cabeza los ecos de lo que ocurrió anoche, ruidos, palabras que aún no consigo asumir, porque no me creo que esto me esté pasando a mí. Le oigo, como en sueños, pedirme que no me duerma, que le ayude con mi oración... No comprendía para qué me pedía aquello, cuando lo que tenía que haber hecho era obedecer sin rechistar y porque le amo; ahora más que nunca soy consciente de mi amor por él. Le fallé. Así lo digo y lo reconozco, sin excusa posible; tuve miedo, me venció el sueño, la desgana, el que aquello pasase hace casi dos mil años, que está muy lejos, que sólo es un recuerdo... que lo hagan los que están para eso... Podría llenar muchas páginas con pretextos, que sólo servirían para aumentar mi ya abultada culpa.
Perdóname, Madre, perdóname por no saber estar a la altura de lo que debo ser. No digo hacer, porque no se trata de "hacer" cosas, sino de ser de verdad consecuente con lo que digo que soy. Tú estabas -estás- tan unida a él que llegaste a ser uno con tu Hijo en aquella noche en que lo prendieron porque alguien le traicionó, uno de los suyos (las mentiras que más duelen siempre vienen de aquellos a los que amas). ¿Cómo pudiste hacerte uno con sus sentimientos? Enséñame a configurarme así con él, a que mi voluntad se adhiera a la de Dios Padre como tú hiciste con aquel primer "hágase" de tu historia particular de amor con Él. Bien te dijo Simeón que una espada te traspasaría el alma, aunque no creo que pudieras imaginar hasta qué punto, hasta que fuiste consciente de cómo se había enrarecido el ambiente en torno a Jesús, de cómo le despreciaban en su casa, y de cómo le tendían trampas continuamente para así poder arrestarle y que no pudiera seguir abriendo los ojos a tantísimos ciegos de alma y de cuerpo.
Hoy es Viernes Santo. Hoy se sacrifican los corderos en el imponente Templo de Jerusalén para celebrar la Pascua mañana. A Jesús le quedan pocas horas en la tierra, está sufriendo el inhumano castigo de los veteranos de la torre Antonia, en su mayoría condenados que eligen el ejército en lugar de la ejecución directa, porque así pueden vivir algo más de tiempo, pero delincuentes al fin y al cabo. Están disfrutando mientras le flagelan sin piedad, se ríen y se ensañan con un judío al que pueden castigar a sus anchas. Casi le matan, pero aún queda otro trago que pasar, el más duro. Mi madre tiene un dicho para cuando se termina una tarea para la que uno se cree incapaz: "Por fin hemos puesto la cruz en el Calvario". Pues, bien, de eso se trata y por ahí viene el origen del refrán: todo se habrá cumplido cuando, dentro de unas tres horas, se clave la cruz que Él mismo llevará a cuestas, con la imprescindible ayuda de Simón de Cirene, que pasaba por allí y no tenía nada que ver con la historia; pero las sorpresas de Dios son así, y le tocó a él. Y allí mismo, ayudó a Jesús, quien, con una serenidad en la cara que debía sobrecoger, le miró, y entonces Simón, como otro ciego más, vio y creyó. Nunca quedará sin recompensa cualquier gesto con el Hijo de Dios.
María, querida Madre, obtenida en herencia en aquel primer Viernes Santo, ayúdame a contemplar a tu Hijo con tus ojos, a poner mi sufrimiento junto al suyo, mis lágrimas con las tuyas como ofrenda agradable a Dios, porque, desde lo más profundo de mi alma, elevo al Señor mi súplica, envuelta en ellas; le entrego mi egoísmo, mi miseria, mi soberbia y mi pecado para que mueran con él en la Cruz, en esa madera que es redención del primer árbol que nos trajo la perdición y la muerte.
Querida, queridísima, María, Madre del Amor Hermoso, escarnecido y clavado en la cruz, consuélame en mi aflicción, ayúdame a ayudarle a Él. Sé tú, auxilio de esta cristiana y refugio de esta pecadora que acude a ti.
Comentarios
Publicar un comentario