Sábado
Sábado. Silencio. Cabezas que no paran de dar vueltas a la incredulidad ante lo sucedido. No puede ser. Él, no. ¿Cómo no lo vimos venir? ¿Qué va a ser ahora de nosotros? Y, la peor de todas las preguntas: ¿Por qué?
No hay respuesta alguna, por más veces que se clame al cielo, por más veces que interroguemos a ese Dios que Jesús decía que era, ante todo, Padre. Nada. Se puede cortar el silencio, es tan intenso que duele, que pesa en el alma la situación. La sensación de orfandad es terrible.
En silencio también está ella. Pero su silencio es distinto, porque tiene algo que a nosotros nos falta: una fe firme, que, desde hace más de treinta años, se vio robustecida por aquel primer "Sí" a Dios. María calla, pero lo hace para escucharle, para ser reconfortada por el susurro del Amor de Dios Padre, que le da fuerzas para ser fiel ahora, cuando no se ve luz alguna, cuando hoy siguen las nubes poblando el cielo, sin dejar que el sol estalle en toda su luz. El día es una metáfora de lo que está pasando: la Luz está oculta. Él ha ido a otro lugar donde ahora es muy necesario. Ha acudido a aquellos que nos precedieron y esperan con ansia el rescate para ver, cara a cara, a Dios. Ha bajado al lugar de los muertos para hablar con Adán, aquel primero que nos hizo caer, y a Eva, la primera seducida por el padre de la mentira, y a tantos otros que sabían que este momento iba a llegar.
Hoy es también un signo de cómo están los tiempos en este 2020. Estamos escondidos en casa por miedo a un enemigo invisible, no sabemos quién será el próximo y si será alguien de nuestra propia familia. Más que nunca, hoy es tiempo de ser fieles, de esperar contra toda esperanza. No olvidemos nunca que somos faros para mucha gente; debemos mantenernos firmes ante las olas furiosas y, a veces, más altas que nosotros. Esa firmeza sólo puede venir de la fe, y la fe sólo crece cuando le pedimos a Dios, con fuerza, que la aumente. Creo, Señor, ¡pero aumenta mi fe! Sólo desde la fidelidad podremos sobrevivir, más aún, salir reforzados de estas tinieblas en las que ahora mismo nos movemos. Por más mentiras que lleguen hasta nosotros a través de todos los medios de comunicación habidos y por haber, solamente hay una Verdad, y la dirá el propio Jesucristo justo antes de volver con el Padre: "Sabed que yo estaré con vosotros todos los días, hasta la consumación de los tiempos".
Nosotros, los cristianos del siglo XXI, tenemos una ventaja sobre los apóstoles, y es que conocemos cómo termina la historia. Sabemos que Cristo resucitó de entre los muertos y ésa es nuestra gran certeza. Hoy, cuando toda la Iglesia está en silencio, y no hay liturgia ninguna hasta la gran Vigilia Pascual de esta noche, tenemos un tiempo precioso para meditar, para rezar por todos aquellos que están esperando para ser resucitados, que están sumidos en la muerte de la increencia, de las dudas, de las enfermedades del alma y del cuerpo, aquellos que ni siquiera saben lo que necesitan pero sí son conscientes de que no encuentran la forma de ser felices ni un solo instante. Por todos ellos, y también por los que ya te conocemos, y somos conscientes de nuestras limitaciones, resucita, por favor.
No hay respuesta alguna, por más veces que se clame al cielo, por más veces que interroguemos a ese Dios que Jesús decía que era, ante todo, Padre. Nada. Se puede cortar el silencio, es tan intenso que duele, que pesa en el alma la situación. La sensación de orfandad es terrible.
En silencio también está ella. Pero su silencio es distinto, porque tiene algo que a nosotros nos falta: una fe firme, que, desde hace más de treinta años, se vio robustecida por aquel primer "Sí" a Dios. María calla, pero lo hace para escucharle, para ser reconfortada por el susurro del Amor de Dios Padre, que le da fuerzas para ser fiel ahora, cuando no se ve luz alguna, cuando hoy siguen las nubes poblando el cielo, sin dejar que el sol estalle en toda su luz. El día es una metáfora de lo que está pasando: la Luz está oculta. Él ha ido a otro lugar donde ahora es muy necesario. Ha acudido a aquellos que nos precedieron y esperan con ansia el rescate para ver, cara a cara, a Dios. Ha bajado al lugar de los muertos para hablar con Adán, aquel primero que nos hizo caer, y a Eva, la primera seducida por el padre de la mentira, y a tantos otros que sabían que este momento iba a llegar.
Hoy es también un signo de cómo están los tiempos en este 2020. Estamos escondidos en casa por miedo a un enemigo invisible, no sabemos quién será el próximo y si será alguien de nuestra propia familia. Más que nunca, hoy es tiempo de ser fieles, de esperar contra toda esperanza. No olvidemos nunca que somos faros para mucha gente; debemos mantenernos firmes ante las olas furiosas y, a veces, más altas que nosotros. Esa firmeza sólo puede venir de la fe, y la fe sólo crece cuando le pedimos a Dios, con fuerza, que la aumente. Creo, Señor, ¡pero aumenta mi fe! Sólo desde la fidelidad podremos sobrevivir, más aún, salir reforzados de estas tinieblas en las que ahora mismo nos movemos. Por más mentiras que lleguen hasta nosotros a través de todos los medios de comunicación habidos y por haber, solamente hay una Verdad, y la dirá el propio Jesucristo justo antes de volver con el Padre: "Sabed que yo estaré con vosotros todos los días, hasta la consumación de los tiempos".
Nosotros, los cristianos del siglo XXI, tenemos una ventaja sobre los apóstoles, y es que conocemos cómo termina la historia. Sabemos que Cristo resucitó de entre los muertos y ésa es nuestra gran certeza. Hoy, cuando toda la Iglesia está en silencio, y no hay liturgia ninguna hasta la gran Vigilia Pascual de esta noche, tenemos un tiempo precioso para meditar, para rezar por todos aquellos que están esperando para ser resucitados, que están sumidos en la muerte de la increencia, de las dudas, de las enfermedades del alma y del cuerpo, aquellos que ni siquiera saben lo que necesitan pero sí son conscientes de que no encuentran la forma de ser felices ni un solo instante. Por todos ellos, y también por los que ya te conocemos, y somos conscientes de nuestras limitaciones, resucita, por favor.
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