El otro silencio
Ya ha pasado más de la mitad del día. Ha vuelto el silencio
a mi vida. Después del griterío de esta mañana, de cantar por fin el aleluya en
latín y casi en griego, de volver a escuchar, semanas después, a las campanas
saltando de alegría, reina la ausencia de ruido y de sonido en mi hogar.
Ayer el silencio pesaba en el aire, se hacía tan gravoso que
incluso mis párpados no podían abrirse para ver la luz del sol, que se asomaba
tímidamente por mi ventana. Hoy, sin embargo, es muy distinto todo. Podría
decir que me molesta cualquier cosa que me quite el silencio de en medio,
incluso me molesta el sonido de las teclas, a pesar de lo que me gusta escuchar
cómo se van sometiendo, rápidas, bajo mis dedos.
La razón es clara: ha resucitado mi amor y mi esperanza. Hoy
es Domingo de Resurrección. Hoy es la causa por la que el día cambió de nombre
y se llama “Día del Señor”. Antes se llamaba “Día del Sol” (aún los ingleses lo
llaman así: “Sun-day”), pero desde que el Sol que nace de lo alto salió del
sepulcro, fue imprescindible cambiarle el nombre. En la película “Risen” (en
español “Resucitado”), esa es la descripción que hace uno de los soldados que
hacía guardia a la puerta del sepulcro. El pobre no pudo soportar lo que vio y
perdió la cabeza, porque intentó entender lo que le sobrepasaba y no quiso
abrir el corazón a quien le llamaba con fuerza. “Aquella noche, la piedra cayó
y el sol salió desde dentro”, así lo describió. Y creo que así debió ser
aquella noche santa en que la Luz demostró que era la Vida Verdadera.
Ayer el silencio era una carga; hoy es ligero, es lo único
que puede envolver el gozo que mi alma siente. Esa alegría perfecta, serena y
completa que sólo se puede experimentar cuando le abres tu corazón a Cristo; Él
no me ha quitado absolutamente nada de mi vida, todo lo contrario: me lo ha entregado
todo, es más, me ha ayudado a implementar los talentos que Dios Padre me
concedió cuando me trajo a este mundo. No estoy más alta, ni más guapa, al
menos no por fuera, pero sí por dentro. Estas semanas encerrada en casa me
están llevando a lugares donde todavía no había entrado de su mano; he buceado
en mi interior y he encontrado fuerzas que desconocía, impulsos y sueños que no
me habían surgido aún.
La Cuaresma/cuarentena ha sido muy intensa, muy de retiro
interior, muy de reflexionar a la luz de la Palabra de Dios lo que me estaba
pasando y también lo que es mi vida hoy, ahora. Han venido fantasmas del pasado
a hacerme sus desagradables visitas y se han ido trasquilados. Mi Fortaleza
está conmigo cada día, a cada instante, y eso se nota. Mis cimientos están
siendo reforzados y he levantado, con su ayuda, algunos pisos más en mi faro. Confieso
que mi amor por Él se ha hecho mayor y mejor, hasta el punto de empezar a
entenderle, de aprender a leerle en lo que me pasa y, así, ser consciente de mi
sitio y de mi cometido en el mundo.
Sé que cuando salga de aquí, tendré aún mucho por hacer; la
tarea va a ser inmensa, porque los anquilosamientos a causa de la inactividad
van a ser importantes. Va a haber numerosas pérdidas y el dolor con el que voy
a tener que lidiar va a ser mucho mayor, porque, por ejemplo, ya se ven los
signos del desastre económico y social que se nos viene encima. Pero no tengo
miedo; sé que no estoy sola, que voy a tener su mano fuerte para sujetarme y
que me va a entregar los medios para llevar a cabo mi tarea, esa que solamente
yo puedo hacer y que nadie puede hacer por mí.
“No tengáis miedo, yo he vencido al mundo”, dijo Jesús. Sé
que es verdad. Hoy es Domingo de Resurrección. La Pascua de este año va a
imposible de olvidar por muchas razones, también para mí. No recuerdo estar tan
en paz conmigo misma, tampoco ser tan feliz como ahora mismo soy.
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