Si quieres

"Si quieres". Dos palabras, solamente dos, y se produce el milagro. Porque Él siempre quiere, porque está muerto de desesperación por nosotros, porque le miremos, porque le pidamos, porque le hagamos ver cuánto le necesitamos, porque nuestros ojos canten, nuestra lengua vea y nuestros oídos griten que Él es la Vida, la Luz y el único Camino hacia todo lo que creemos imposible para nuestras solas fuerzas.
Nuestra salud sólo viene de Cristo. Salud es una palabra que procede de la misma que también nos dio otra: salvación. La misma raíz, el mismo significado. De hecho, en latín, la palabra "salvación" se dice "salus". De ahí viene también "saludo", que no es otra cosa que desear lo mejor a aquél con quien nos encontramos por el camino.
Curioso don el del lenguaje. Tantas palabras con muchos significados, unos más evidentes que otros. Pero sólo se trata de pararse a pensar antes de hablar, no sólo para evitar decir algo que no debemos, sino para escoger con mimo las palabras, como quien escoge el traje con que va a acudir a una cita importante. Si fuésemos conscientes de la trascendencia real de nuestras palabras, las mediríamos con cuidado y las elegiríamos con más inteligencia, con más precisión, sobre todo cuando se trata de una conversación de trascendencia para nuestra vida.
"Si quieres" es la oración que más veces se repite antes de que Jesús haga un milagro. Oración, como "expresión de un pensamiento completo", que definíamos en modo papagayo en la escuela; y oración como aquello que sale a través de nuestra boca (en latín "os, oris", como "oral"), pero que nace del corazón y se dirige a Dios. "Si quieres, puedes limpiarme", le dijo un leproso, y Jesús contestó rápidamente: "Quiero"; y quedó limpio de la enfermedad y de sus pecados, todo en uno y de una sola vez, con una única palabra. Más brevedad, imposible, tampoco cabe mayor expresión de la fuerza de una plegaria a un Dios que es puro y absoluto Amor; lo único necesario es creer que nos va a escuchar, porque, de hecho, así es. Siempre escucha aquello que le contamos o que le pedimos, incluso eso que apenas nos atrevemos a pensar y que está en lo más recóndito de nuestra alma.
La oración: aquello que nuestra boca hace y que debe ir en perfecta sintonía con lo que vivimos y creemos; de lo contrario es palabrería hueca y sin valor alguno. Oración y corazón deben ir a juego, conjuntados y al mismo paso.
Si quieres, Señor, quédate conmigo; ya ha caído la tarde y está oscuro fuera. Ven a hacer noche en mí, cena conmigo y duerme en mi alma, que mañana, si quieres, será otro día.

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