C, de cambios

Cambios. En esta palabra se puede resumir toda una vida. También comienzo se inicia con esa misma letra, al igual que casualidad y curioso. Pero en todo ello no hay ni una sola coincidencia (otra con la misma letra), porque, cuando todo parece azar, mejor se nota la mano de Dios detrás de ello. No quiero decir con esto que estemos predestinados a un ineluctable destino, como un héroe de Esquilo, Sófocles o Eurípides, en cuyas tragedias se puede ver que, si alguien se rebela contra el plan prefijado por los caprichosos dioses para él, termina -como su nombre indica- trágicamente muerto o algo peor, como le ocurrió al pobre Edipo. Si algo tenemos los seres humanos es la libertad de elegir nuestro propio destino, cómo queremos vivir, con quién y cuándo hacer esto o aquello.
La vida es cambio, devenir decía Heráclito, todo va fluyendo hacia adelante y es imposible detenerla, al igual que ocurre con un río caudaloso, al que, por más presas que se le quieran poner, siempre terminará por seguir su camino. Por eso, es mejor aprender a nadar o, mejor aún, a hacer surf sobre las olas, tomarlas como vienen y disfrutar el viento y el agua en la cara.
La vida es camino (otra por la misma letra), un largo y desconocido sendero por el que transitamos, con más o menos luz, según quien hayamos elegido como compañero para compartirlo. Compañero, compartir, cambio, comienzo... sí que tenemos la tarde buena con la misma letra. Pues aquí va otra más: corazón. Este es el que hace falta para mirar de frente a ese camino, para ser valiente y aceptar el continuo cambio, esas sorpresas que nos van apareciendo a lo ancho de nuestra existencia. El corazón es ese lugar donde uno habita, donde guardamos nuestros mayores tesoros, nuestros más escondidos secretos y donde, a veces, nos faltan tiritas para recomponer tantas heridas que dejan marca, esas cicatrices que se quedan para siempre y que, a veces, nos recuerdan que va a llover, y duelen, y pinchan, y nos traen de vuelta momentos oscuros y duros ya vividos y asumidos, pero no por eso olvidados.
Ceniza también se inicia igual. Eso es lo que queda después del fuego, cuando ya ni siquiera hay ascuas. El último resto de algo que fue otra cosa en tiempos anteriores y que ha quedado reducido casi a la nada. La ceniza se usa como signo de penitencia, como recuerdo de que algún día será eso lo que quede de nosotros, solamente cenizas y polvo. Estamos en Cuaresma (mire usted, la letrita de nuevo), empezamos el miércoles dejando que nos impusieran la ceniza en la cabeza como signo de esa penitencia que necesitamos (penitente, el que lleva una pena encima), porque sabemos que no somos todo lo buenos que deberíamos, porque a veces optamos por lo cómodo en lugar de lo correcto; en definitiva, porque esa libertad que tenemos gracias a Dios, no es usada como debe ser. Ceniza, Cuaresma, y Conversión: vuelta al Padre, después de haber gastado nuestro tiempo, nuestra libertad, y sepa Dios cuánto más, en lo que no alimenta, en lo que nos ha dejado hambrientos, con la ropa hecha jirones y el alma aún peor. Convertirse es cambiar por completo: un giro de 180 grados, después de haber recapacitado, pensado y repensado en nuestra vida, en si nos gusta lo que vemos frente al espejo o no, de pararse de una vez y, sentados ante nosotros mismos, decidir dar un giro a nuestra vida. Entonces es cuando, tomada la decisión, nos damos media vuelta y cambiamos el rumbo; desechadas las vergüenzas y con el corazón en la mano, nos dirigimos hacia ese Padre que lleva toda nuestra vida saliendo al camino, para ver si volvíamos. Cuando el Padre nos vea que, llorando, sucios, con guiñapos por ropajes y descalzos, vamos hacia Él con los brazos abiertos, nos estrujará con sus entrañas de madre, nos cubrirá de besos y dará una gran fiesta, porque hemos vuelto a casa. Por cierto, este último párrafo se condensa en una sola palabra: confesarse (curiosamente, otra vez la letra de marras).

Comentarios

Entradas populares