Silencios
Bien sabe Dios, y también aquellos que me conocéis, aunque
sea sólo un poco, que no me gustan los convencionalismos ni dejarme arrastrar
por lo que hace la mayoría al dictado de sepa Dios quién. Sin embargo, hoy, 21
de diciembre de 2019, siento que debo unirme a todos aquellos que, de un modo
más o menos elegante, felicitan estas fiestas en las que estamos ya metidos.
Resulta que esta Navidad será diferente para mí (“¡pues vaya
novedad!” pensaréis), porque estoy muda. Sí. Desde hace días mis cuerdas
vocales están más que cansadas, inflamadas y, en una palabra, hartas, de mis
cánticos y de mis continuas peroratas. Así que, como están hinchadas, no suenan;
soy casi incapaz de emitir el más mínimo sonido más allá de la tos que de vez
en cuando me visita para recordarme que calladita estoy muchísimo más
atractiva.
En fin, que al paso que voy, para el día 25, como mucho
podré hacer la percusión en los villancicos o, si me sale algo de voz, no
pasaré del sonido de una zambomba o similar. Pero no hay mal que por bien no
venga, pues al estar en silencio mis oídos captan un sin número de sonidos que habitualmente
pasan desapercibidos cuando estoy hablando. En resumen: estoy más atenta a lo
que me rodea, mucho más, y eso me permite acceder a un nuevo mundo de maravilla
y asombro continuos que me llevan -cómo no- a dar gracias a Dios por el milagro
del mundo en que vivo. Sin ir más lejos, esta mañana estaba en Misa y podía
escuchar el coro de quienes me acompañaban, todos a casi una voz, alabar y dar
gracias a Dios en cada una de las oraciones que componen ese inconmensurable
regalo que es la Eucaristía. Ya en la calle, también se oían las voces de las
gentes saludando y despidiéndose en la plaza, deseándose una feliz Navidad unos
a otros.
Pero lo que hoy se lleva la palma, ha sido encontrarme con
una de mis mejores amigas, gemela de mi hermana del alma, y su familia. El
abrazo que me ha dado ha sido el mayor regalo de hoy; nos hemos reído todos de
mi forzado mutismo, de que lo que más me duele es no poder cantar, pero que
todo sirve para algo. Hemos acordado que el lenguaje de señales puede ser una
opción, que además me permite un inmenso abanico de movimientos y, por tanto,
de conceptos que puedo lanzar al viento… en fin, que hemos sacado risas de lo
que podría ser un soberano fastidio.
Nada sucede porque sí y de todo lo que en apariencia es
malo, puede salir un gran bien. Así que en ello estamos. A ver en qué termina
esta afonía -o disfonía, como me corregían ayer- que, en definitiva, también es
un regalo de Dios al que estoy dispuesta a sacar el mayor partido posible.
Y a lo que iba cuando empecé este cartapacio, que me voy por
las ramas: desde mi sonoro silencio, os deseo a todos la mejor de las Navidades
posibles, que el asombro de Belén, el dejar sitio en vuestra alma para que allí
se encarne el Hijo de Dios, os llene y os ayude a ver con ojos nuevos el mundo
que os rodea. En cuanto al año que viene, tan bisiesto él, que os traiga todas
las bendiciones del Señor y que Él os conceda lo que de verdad necesitáis.
Y a ti, Señor, gracias por la hermana afonía, que espabila y abre el oído ante las voces del mundo.
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