Descoloque navideño

Mientras escucho una deliciosa versión de "Have yourself a Merry little Christmas", hecha con muchísimo swing por George Tidwell,  me sonrío por dentro y por fuera, pensando en todo el lío que hoy llevo a las espaldas, y no son ni las dos de la tarde. ¡Madre del amor hermoso, lo que me espera hasta que me acueste! Mientras limpiaba mi casa al ritmo de Christmas jazz y Christmas bossa, he tenido no pocos percances, que me hacían temer cualquier desaguisado en forma de mueble o algo roto. Pero, por ahora, ni ha cundido el pánico ni tampoco hay bajas destacables. Solamente la certeza de que hoy es día de reparación y de expiación, porque no le encuentro otro motivo a tanta torpeza junta... eso, o que la ancianidad ya está llamando a mis puertas con toda su corte de despistes, descuidos y pérdida de reflejos.
El caso es que hoy ha tocado remodelación de salón para dejar paso al fin de semana que se presenta realmente alegre, feliz y con muchas expectativas de diversión: hacer sitio para el árbol de Navidad, que será preparado y puesto, Dios mediante, mañana, y también para la ubicación de mi Belén. "Casualmente", suena ahora "La mejor época del año", ¡y es verdad!. Mi bendito padre me enseñó a amar la Navidad desde que tengo memoria y, además, Dios me regaló un hermano justo ese día: un 25 de diciembre nació mi querido hermanito pequeño (si no lo hubiera tenido, me lo pediría para Reyes, ¡bendito sea él también!).
Por eso me resulta del todo imposible no estar tan alegre en estos días previos, en este tiempo litúrgico precioso y maravilloso del Adviento, cuando los poemas del profeta Isaías resuenan en los templos, anunciando la venida de ese Juez justo, ese Príncipe de la Paz que va a terminar con todos los pesares y las tristezas del mundo. Y no viene como ellos esperan: a modo de superhéroe que terminará a las bravas con todos los malos y los encerrará de por vida o los hará fosfatina con sus súper poderes. No, nada más lejos de la realidad que eso.
El Mesías esperado llegó donde los ojos de la venganza contra el opresor, los ojos de los interesados sólo en bienestares terrenos, no estaban mirando. Y vino donde sólo lo podían encontrar los ojos del corazón: los ojos de aquellos que no tenían nada más que lo que llevaban puesto y esperaban en la voluntad de Dios.
Por eso la Navidad te descoloca, te pone tu mundo conocido patas arriba, porque no es lo que esperas, sino con Quién te encuentras. Cristo viene, sí, ¡vaya si viene! Pero hemos de hacerle sitio y para eso hay que quitar muchos obstáculos, muchos chismes inservibles y que sólo ocupan sitio, para que Él pueda venir a quedarse. Cuando Él llega (y todos los días está a la puerta, esperando a que le abras), todo lo que parecía oro, se queda en oro-pel, en purpurina que se deshace con el paso del tiempo. El tesoro de verdad, el grande e inmenso regalo de Navidad que nos trajo (y nos trae cada día) Dios Padre fue a su propio Hijo. No hay mejor regalo que ése.
El "espíritu de la Navidad", ese remedo sin Dios que intentan vendernos por todos sitios: telefilmes de sobremesa, grandes almacenes, publicidad, etc., es como encender una luz a pleno día. Palidece ante el Sol que viene de lo alto, ante el Amor puro y absoluto de Dios, hecho carne en las entrañas de María Inmaculada y regalado a nosotros para demostrarnos que nos quiere hoy y siempre, a pesar de nosotros y de nuestras torpezas continuas.
La Navidad descoloca, sí. Esa es mi conclusión de hoy, de ahora mismo. Y lo hace porque nadie puede quedarse impasible cuando se encuentra cara a cara, con los ojos del alma, ante el mismo Cristo. Como leí hace tiempo: en la tierra muchos niños se hacen reyes, pero sólo una vez el Rey del universo se hizo Niño.

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