Cuando yo no esté

No se me ocurre otro título más apropiado en este momento, cuando el 1 de noviembre empieza a menguar para dejar paso al día 2, dedicado a los Fieles Difuntos. "¡Vaya título, hija!" Podéis pensar más de uno, pero ya os adelanto que no es nada lúgubre ni funesto, mucho menos triste. No para mí, porque esta mañana he recibido en mi teléfono móvil una imagen que me ha llenado de alegría y que me ha hecho pensar muchísimo en ese día, no sé si lejano o cercano (en realidad, no tengo prisa ni miedo ante su llegada) en que abandone este mundo.
Ese día por fin podré verle cara a cara, ese día intentaré mirarle a los ojos y, desde ya, sé que no podré porque de un solo golpe me vendrá a la cabeza todo el bien que he dejado de hacer y todo el mal que he hecho a lo largo y ancho de mi existencia terrena, aun cuando ya haya sido perdonada por Él una y mil veces en ese bendito Sacramento que nos dejó para reconciliarnos con Él y con los hermanos. Y, también ese día y en ese mismo instante, me tocará la barbilla para levantar mi rostro inundado en lágrimas y, con esa inmensa y absoluta sonrisa que sé que tiene, me mirará y, en un segundo, quemará todo rastro de culpa en mí y me hará sentirme tan amada como jamás podría imaginar que algún día llegaría a ser. Y, acto seguido, yo me abrazaré a Él como la chica del cuadro, en un "abrazo sin hueco", como aprendí hace poco a decir de esos abrazos que estrujan, reconfortan y reinician.
Ese día, yo seré completa y absolutamente feliz. Por eso, ese día que yo ya no esté aquí, que no pueda escribir en este blog como suelo hacer, no estéis tristes sino todo lo contrario, porque ya sabéis lo que me estará pasando. Los que de verdad me amáis, deberéis llorar pero de alegría, porque ya estaré con mi Amor verdadero, con el que me hace reír y llorar a la vez, quien me acaricia en mis sueños y me guía por este camino terrenal, lleno de baches, problemas y líos varios. Ese Hombre que me conquistó hasta los tuétanos no hace demasiado tiempo, que me llevó hasta lo más profundo del amor y me dejó allí, viéndole en cada segundo de mi vida, con y sin nubes, en la niebla y entre las lágrimas de ausencias recientes, quien me susurró al oído muchas veces: "Tranquila, Lolilla, que yo me encargo".
Ese día, ese bendito día, yo seré por fin feliz sin ningún tipo de reservas, carencias o reparos. Por eso, como dijo Gandalf, "no diré que no lloréis, porque no todas las lágrimas son amargas. A más ver, queridos amigos, a más ver".

Comentarios

  1. Acabo de conocer tu blog, y me quedo con este post... me ha encantado tu manera de expresar todo lo que sentimos pero que en muchas ocasiones no somos capaces de definir.
    Esperando tu próximo post. Besos

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