Volver a los orígenes

Acabo de hacerlo en mi perfecto mundo lleno de música. He recuperado a un artista que hace bastantes semanas no escuchaba: Danny Wright. Genial pianista que me consigue arrullar el alma y atrae a mi amada Musa a las teclas. Gracias, Danny, bendito seas por ese don que tienes en las manos.
Volver atrás no tiene por qué ser siempre una mala idea, aunque fuera pésima para la esposa de Lot. Sí que es cierto que quien camina mirando hacia atrás, termina tropezando y cayendo de bruces; pero no es menos verdad que hay recuerdos que se comprenden en el hoy, cuando ya se han secado en el viento del pasado y presentan su verdadero tamaño y color, la realidad que había detrás de ese sentimiento, tan "hondo" o tan "fuerte" que casi nos lleva por delante cuando nos embistió por primera vez. Es ahora cuando ese recuerdo tiene el tamaño perfecto para doblarlo con cuidado y guardarlo para siempre en nuestro baúl existencial.
Somos un gran rompecabezas hecho de piezas desiguales, de muchos colores, texturas, tiempos, besos, desengaños, amores maduros e inmaduros, abrazos, palabras; millares, millones de palabras que no dijimos por sepa Dios qué motivo y que se quedaron en el aire, pendientes de nuestros labios y también -todo hay que decirlo- pendientes de los oídos y de los ojos atentos de aquellos que ni las escucharon ni las leyeron en nuestra mirada.
Millones de piezas que se van gastando con el tiempo, que fueron usadas sólo una vez o que fueron traídas repetidamente al hoy que ya se vivió y quedó allá, en donde nada existe, en el pasado. Allí donde lo bueno se vuelve ideal y donde lo malo tiende a ser un borrón del que no queremos saber nada, o que escondemos bajo la alfombra y con el que nos topamos una y otra vez, hasta que por fin le hacemos frente y, como decía antes, recobra su auténtica forma para ser barrido sin problema de nuestra experiencia vital.
Etapas que se van cerrando, libros que vamos guardando en la biblioteca de la memoria y que puede ser que no tengan título porque no queremos que nadie conozca de su existencia, ni siquiera nosotros mismos. Libros que cuentan que hubo un tiempo en que fuimos niños felices, en que creíamos que todo era posible, que todo el mundo era bueno y que nuestra vida sería absolutamente fantástica cuando fuésemos mayores, sin problemas para arreglar el mundo y para ser muy, pero que muy importantes. Libros que guardan ilusiones, amores prohibidos o sufridos en el más absoluto secreto, porque "¿cómo va a fijarse en mí, si no soy nada?", amores vividos con mayor o menor fortuna, impetuosos o tranquilos, grandes o pequeños... pero amores al fin y al cabo.
Una vez le contesté a un amigo que soy romántica, pero no cursi. Y así es: adoro una buena película romántica -aunque el "amor verdadero" dure dos horas- porque me hace sentir bien, a gusto y parece tan posible que exista algo así, que siempre termino con una gran sonrisa en mi rostro. Creo profundamente en el amor, en el matrimonio para siempre y en que es posible compartir la vida con un hombre que de verdad me conozca, que me elija cada mañana y al que también yo elija cada mañana al despertarme. Por amor vine a este mundo, por Amor fui hecha hija de Dios, por amor vivo cada día y para el amor he nacido. Tan sencillo como eso.

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