Fin de fiesta


Se ha terminado la fiesta. Los espumillones yacen, inertes y sin brillo, como vestigios de tiempos dorados que han pasado y no volverán más. Porque es cierto, la Navidad presente ya es pasada, desvencijada, ajada y casi olvidada como aquel fantasma que describió Dickens. Así son también los tiempos, los días, las horas, los momentos vividos más o menos intensamente. Así ha sido el reencuentro con amigos lejanos en la tierra, pero no en el tiempo y menos aún en el alma. Así es el “espíritu de la Navidad”: un tiempo efímero como un copo de nieve en mayo, pero capaz de ilusionar a toda la humanidad que sabe distinguir cuando el tiempo es propicio para descubrir en el otro ese brillo preexistencial, depositado desde el sueño de Dios, que nos diseñó y pensó para ser los mejores y los más felices de sus seres creados.
La Navidad ya es historia porque los días siguen su curso, impertérritos e insensibles a los llantos que suplican “¡¡por favor, cinco minutos más!!”. Pero no, el guardián del tiempo es insensible ante cualquier distracción y continúa su marcha rítmica y lenta o rápida, según la percepción y la vivencia de cada uno.
Una Navidad más, pero distinta a todas las vividas hasta hoy porque somos uno menos, al menos en la tierra. Diferente e infinitamente mejor y más feliz de lo que habría imaginado, porque Dios es así de bueno y me ama infinitamente, y ha querido estar más presente en mí que otras veces. Sabía que le necesitaba, y el Niño de Belén, tan tierno él, me ha sonreído de un modo especial este año; cada vez que le miraba en el Misterio, parecía que me miraba de otro modo, más cariñoso, más tierno, más como refugio de un corazón maltrecho y roto por el dolor que intenta remontar el vuelo, a pesar de las inclemencias del tiempo, de los truenos y rayos que caen cada vez con más frecuencia a mi alrededor.
Se ha ido la Navidad, el año y un montón de ilusiones se han visto cumplidas con creces, otras no tanto, pero no por eso ha perdido un ápice de su encanto natural. El encanto que mana de un Dios hecho niño indefenso, hombre entre los hombres, para demostrarnos y mostrarnos cómo se ama de verdad, cómo se pone uno en la piel del otro -más literalidad, imposible- y que tenemos un Padre en el cielo que nos ama desesperadamente, que nos espera con paciencia infinita y que, para colmo de regalos, nos ha regalado a su único Hijo, para recibirlo como ofrenda por todos los hombres y mujeres del mundo, quienes, fieles a su naturaleza, no le hicieron caso cuando vino, a excepción de ese resto que siempre termina confirmando la regla.
Empieza un año nuevo, ya llevamos casi siete días, y todo por descubrir: planes, proyectos, metas alcanzables y la ayuda de Dios, que está esperando que se lo pidamos para acudir presto al rescate. Un año nuevo, entero, a estrenar, para ser mejores de lo que hemos sido a lo largo de los anteriores. Feliz año nuevo, y que Dios nos bendiga a todos.

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