Epifanía

Es la fiesta de hoy, 6 de enero, no es sólo la fiesta de la ilusión por recibir regalos, sino muchísimo más que eso. Epifanía, es decir, manifestación de Dios a los hombres. Como en el teatro clásico, cuando la situación estaba tan enrevesada que no se veía salida posible, un "Deus ex machina" lo arreglaba todo con su omnímodo poder. Aquí sucede algo parecido, y me explico:
Resulta que Adán metió la pata y le echó la culpa a su mujer, quien, a su vez, culpó a la serpiente que la engañó... la historia de siempre: "¡Yo no he sido!", la excusa del niño con el lápiz en la mano, en pie justo al lado del "grafiti" acusador en la pared recién pintada de salón. Así respondió el hombre a Dios cuando le pidió explicaciones por el desliz del Edén. Y Dios, que nos conoce porque nos ha hecho, pensó que nada mejor que buscar una solución al problema a medida del tamaño de la madurez del infractor: como a niños.
Así, ideó la manera de sorprender al hombre con el mayor de los regalos, y lo fue preparando a lo largo de los siglos, a través de todos los profetas que fueron anunciando que se iba a terminar el penar, que un varón iba a nacer de una doncella cuando se cumpliera el tiempo establecido, que sería el que restablecería la alianza con Dios Padre y quien traería la verdadera paz a la tierra. Y esa profecía, como ocurre en los cuentos, se quedó allí, guardada a buen recaudo en el corazón de unos pocos que mantenían viva la ilusión, para otros, en cambio, se convirtió en una única verdad, pero no eran capaces de ir más allá, de hacerla propia y de permitir que la esperanza fuese el motor de sus vidas, porque estaban más cómodos con esa espera a la medida que se habían tejido a lo largo de los siglos, de manera que, cuando llegó la plenitud de los tiempos (como escribió Pablo), no fueron capaces de verlo, y mira que entonces Dios lo hizo a lo grande, montó un belén enorme, preparando su venida con una voz que clamó en el desierto para que no se perdieran, que anunció que estaba al llegar el Mesías esperado, el Cordero de Dios que quitaría el pecado del mundo. Gritó y voceó, pero pocos le hicieron caso, como suele suceder con lo realmente importante, que lo dejamos de lado porque implica cambios radicales en nuestra cómoda vida y ya no estamos para esos trotes.
A lo que iba, pues resulta que, como los suyos no le iban a recibir, Dios decidió actuar "ex machina" y a una de las estrellas del cielo le dio un gps especial, que la llevaría directa a donde estaba su Hijo,  nacido de una doncella, tal y como decía la profecía. Esa estrella llamó la atención de unos estudiosos del firmamento por su brillo y su extraño movimiento y, como buenos científicos de su época, decidieron recoger lo más preciso y ponerse en camino. Según iban caminando tras aquel fenómeno estelar, se iban dando cuenta de que algo iba cambiando dentro de ellos, que nacía una esperanza gozosa y desconocida hasta entonces, que les llevó a investigar aún más en antiguos escritos, entre los que encontraron esa vieja profecía y entonces cayeron en la cuenta de la importancia del personaje hacia el que se dirigían. Y así llegaron los tres amigos -ya hermanos después de tanto camino recorrido juntos- hasta Belén, donde por fin se detuvo la estrella que, además, les dio una pista de lo que luego sería la enseñanza de ese Príncipe de la Paz: los que se creen importantes en la tierra no lo son tanto, pues al llegar a la gran ciudad de Jerusalén, la estrella se escondió y los tres tuvieron que preguntar por dónde se iba al lugar en que había nacido el Rey de cielo y tierra. Sólo volvió a brillar cuando abandonaron la ciudad y la corte del rey Herodes y, con ella, se encendió cada uno de aquellos corazones.
Llegaron hasta aquel sencillo y poco glamuroso lugar, y encontraron, oh, maravilla, una familia: una joven, su esposo y un niño recién nacido. Sin sedas ni oro ni riquezas, pero con todo lo que de verdad importa: el amor de unos padres y toda la corte celestial cantando la gloria de Dios. Y el gozo les invadió y le entregaron los regalos que habían preparado para él, y con ello crearon una preciosa tradición que aún mantenemos, aunque algo descolorida porque las luces de alrededor nos deslumbran de vez en cuando y no nos damos cuenta de que el verdadero regalo somos cada uno de los que regalamos, porque con el paquete, vamos nosotros también. El regalo, querido amigo que lee esto, eres tú, cuando también te haces niño y la ilusión brilla en tus ojos.

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