Cansancio

Es lo que ahora mismo tengo en mi cuerpo, un cansancio de tal calibre que podría poner una tienda para venderlo a manos llenas. Una mezcla de esfuerzo físico más un desgaste psicológico que no recordaba haber tenido así en mucho tiempo. Acabo de sentarme justo para ponerme a las teclas y siento partes de mi cuerpo desconocidas hasta ahora para mí...
Cuando la vida te deja un roto tan grande como el que hace poco he sufrido, es difícil no ya encajar el golpe, sino recuperar el ritmo del día a día. Nada ha vuelto a ser lo mismo y creo que ya no volverá a serlo nunca más. Es curioso lo verdadera que puede llegar a ser la expresión de que sólo cuando pierdes a alguien te das cuenta del lugar que ocupaba en tu propia existencia. Perder un padre no es sólo dejar de verle, de oírle o de hablar con él, es que ya no puedes darle un beso nunca más, ni un abrazo, ni encontrarle por la calle.. millones de cosas que antes parecían tan insignificantes y que, de repente, se vuelven increíblemente valiosas. Si algo echo de menos muchísimo es poder besarle y oír ese "¿qué te cuentas, Mariquilla?" que me decía al verme o cuando descolgaba el teléfono.
He empezado hablando del cansancio, y es algo que con no poca frecuencia se escucha: lo cansados que estamos de escuchar siempre las quejas o las historias de nuestros mayores, lo pesados que se ponen con las batallitas o con sus exigencias, o con cualquier cosa que nos interrumpe en nuestro cómodo ritmo de vida. Bendito cansancio que luego se volverá nostalgia envuelta en lágrimas cuando ya no estén a nuestro lado y cualquier olor, sonido o situación nos los devuelva en forma de recuerdo intangible y tan nítido que nos hace lamentar una millonésima vez más la marcha de esa persona que, al final, resultó ser tan especial para nosotros que la vida ya no es la misma sin su compañía.
Los recuerdos son esa memoria del corazón que cimenta nuestra historia, esos ladrillos que van construyendo nuestra casa interior, donde nos refugiamos en tiempos de tormenta y gracias a los cuales se hace verdad aquello de que "la experiencia es la madre de la ciencia".
Gracias a Dios, tengo el don de poder "incinerar" los malos recuerdos, de forma que no ocupen demasiado lugar en mi alma y así dejen sitio a los buenos. Desde que él se fue, están aflorando muchísimos momentos vividos con mi padre, desde las carreras que se daba detrás de mí, calle abajo, cuando le quitó las ruedecitas a mi super bicicleta blanca, hasta, ya en los últimos días, sus brazos levantados como si hubiera metido un gol su equipo cada vez que le decía que había aprobado con nota una asignatura de mi recién estrenada vuelta a la universidad.
Tiempos nuevos y duros a la vez, el desierto es largo, pesado y cansado, muy cansado, y sin señales que indiquen por dónde se sale de allí. Sin embargo, sé que, como hasta ahora, él me seguirá guiando desde el cielo como siempre lo hizo.

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