Momentos
Son las teselas que componen el mosaico de nuestra vida. Piezas de colores que, por sí solas, no nos dicen nada, pero que van componiendo los dibujos que forman nuestras vivencias y luego pasan a ser recuerdos, memoria del corazón que nos hace sonreír o llorar a veces, según nuestra historia particular. Sean tristes o alegres, los mosaicos requieren de una condición para poder ser contemplados en toda su belleza y significado: la distancia.
Sólo en la distancia se puede comprender el porqué de ese momento concreto de nuestra vida, de ese guiño del corazón o de esa mueca del alma que supuso una alegría o un dolor. Sólo desde lejos, tomamos perspectiva y somos capaces de ver nuestra vida con relativa objetividad y, por ende, de aceptar aquello que hemos vivido y que nos ha hecho tanto daño.
Hoy hace una semana (¡Señor, una semana ya!) que hay un ángel más en el cielo velando por mí y por mi familia. Hoy tengo algo más de perspectiva para mirar hacia atrás con una sonrisa de felicidad y una lágrima de nostalgia en los ojos y puedo empezar a plantearme el hacer balance de lo que supuso tener un padre como él en la tierra. Ahora tengo dos en el cielo, él y mi Padre Absoluto y Eterno.
Reír juntos, jugar desde que recuerdo, en esas espectaculares mañanas de Reyes, montando el "Exin Castillos" (es mi recuerdo más antiguo y más feliz con él), esas carreras detrás de mí cuando me enseñó a montar en bici y su cara de satisfacción al verme volar calle abajo en mi bici blanca. Tantos momentos felices que no se pueden enumerar en una sola hoja de papel, aunque sea virtual.
Sin embargo, mi mayor deuda con él es mi mayor herencia: el deseo de saber, ese ansia viva por aprender todos los porqués, los cómos, los "paraqués" y los cuándos. A día de hoy no sé cómo lo hizo, pero dio su fruto en mi hermano y en mí. A mis cincuenta y dos primaveras he vuelto a estudiar y cada día con más ilusión. Él me pudo ver terminar el primer curso sin un solo suspenso, y le recuerdo chocar los cinco conmigo a cada nota que le decía.
La mayor herencia que pueden dejar unos padres es la formación para sus hijos: la mía en este sentido es inmensa. Aún conservo la capacidad de asombro, de admirar aquello que veo cada día. Decían los antiguos griegos que la filosofía empezó por la admiración, esa sorpresa continua que convierte en nuevo cada momento del día, cada palabra que escuchamos, cada amanecer o cada acontecimiento que vivimos en nuestro trabajo diario, que hace que no sea aburrido o rutinario. Cada mañana doy gracias a Dios por ese regalo nuevo, esas veinticuatro horas a estrenar que comienzo y de las que intento sacar todo el partido posible.
Aprender de todo y de todos, como también hacía él. Enseñar todo lo que aprendo para que los de mi alrededor también disfruten del saber y admiren cada instante y lo conviertan en nuevo. Es lo esencial para alguien que se dedica a la enseñanza: conseguir que los alumnos (estén o no en un centro académico) se ilusionen porque cada día descubren algo nuevo. La realidad no es plana, sino poliédrica, en el más estricto sentido del prefijo poli-, que significa mucho, a veces muchísimo.
Sólo han pasado siete días, y cada día descubro un recuerdo nuevo con él, un re-cuerdo, un traer de nuevo al corazón una vivencia compartida, querida y amada con él.
Una y mil veces, gracias papá.
Sólo en la distancia se puede comprender el porqué de ese momento concreto de nuestra vida, de ese guiño del corazón o de esa mueca del alma que supuso una alegría o un dolor. Sólo desde lejos, tomamos perspectiva y somos capaces de ver nuestra vida con relativa objetividad y, por ende, de aceptar aquello que hemos vivido y que nos ha hecho tanto daño.
Hoy hace una semana (¡Señor, una semana ya!) que hay un ángel más en el cielo velando por mí y por mi familia. Hoy tengo algo más de perspectiva para mirar hacia atrás con una sonrisa de felicidad y una lágrima de nostalgia en los ojos y puedo empezar a plantearme el hacer balance de lo que supuso tener un padre como él en la tierra. Ahora tengo dos en el cielo, él y mi Padre Absoluto y Eterno.
Reír juntos, jugar desde que recuerdo, en esas espectaculares mañanas de Reyes, montando el "Exin Castillos" (es mi recuerdo más antiguo y más feliz con él), esas carreras detrás de mí cuando me enseñó a montar en bici y su cara de satisfacción al verme volar calle abajo en mi bici blanca. Tantos momentos felices que no se pueden enumerar en una sola hoja de papel, aunque sea virtual.
Sin embargo, mi mayor deuda con él es mi mayor herencia: el deseo de saber, ese ansia viva por aprender todos los porqués, los cómos, los "paraqués" y los cuándos. A día de hoy no sé cómo lo hizo, pero dio su fruto en mi hermano y en mí. A mis cincuenta y dos primaveras he vuelto a estudiar y cada día con más ilusión. Él me pudo ver terminar el primer curso sin un solo suspenso, y le recuerdo chocar los cinco conmigo a cada nota que le decía.
La mayor herencia que pueden dejar unos padres es la formación para sus hijos: la mía en este sentido es inmensa. Aún conservo la capacidad de asombro, de admirar aquello que veo cada día. Decían los antiguos griegos que la filosofía empezó por la admiración, esa sorpresa continua que convierte en nuevo cada momento del día, cada palabra que escuchamos, cada amanecer o cada acontecimiento que vivimos en nuestro trabajo diario, que hace que no sea aburrido o rutinario. Cada mañana doy gracias a Dios por ese regalo nuevo, esas veinticuatro horas a estrenar que comienzo y de las que intento sacar todo el partido posible.
Aprender de todo y de todos, como también hacía él. Enseñar todo lo que aprendo para que los de mi alrededor también disfruten del saber y admiren cada instante y lo conviertan en nuevo. Es lo esencial para alguien que se dedica a la enseñanza: conseguir que los alumnos (estén o no en un centro académico) se ilusionen porque cada día descubren algo nuevo. La realidad no es plana, sino poliédrica, en el más estricto sentido del prefijo poli-, que significa mucho, a veces muchísimo.
Sólo han pasado siete días, y cada día descubro un recuerdo nuevo con él, un re-cuerdo, un traer de nuevo al corazón una vivencia compartida, querida y amada con él.
Una y mil veces, gracias papá.
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